jueves, 4 de enero de 2018

ROMPECORAZONES S.A.






Jamás habría imaginado que aquel sería mi último día en la empresa. Rompecorazones S.A. era el sitio ideal para una chica como yo. Horarios flexibles, discreción absoluta y un salario que superaba el de la mayoría de los profesionales; además, mi puesto consistía más que nada en ir del gimnasio a la peluquería, para luego salir de paseo y ser colmada de regalos. Era cuestión de ganar dinero por divertirme, y mientras más me divertía, más dinero ganaba.

Aquella mañana llegué al edificio donde todos mis compañeros me saludaron con devoción; algunos incluso me hicieron en broma una pequeña reverencia. Sucede que yo acababa de liquidar a otro objetivo de manera categórica, alcanzando así el segundo puesto en el ranking de ejecutores. Pasé junto al muro de empleados del mes y vi la interminable hilera de fotografías de Augusto do Santos, líder del ranking desde hacía dos años, todas con su misma sonrisa soberbia.

Ingresé a la oficina de mi jefa y ésta me entregó una carpeta con los datos de mi nueva clienta:

―Toma. Eres perfecta para acabar con su ex novio.

Mi jefa era una señora glamorosa que se dirigía a nosotros sin siquiera mirarnos a los ojos. Había entrado a la empresa cuando recién abría, y se había convertido en una especie de leyenda entre los demás ejecutores.

Cuando estaba por salir de su oficina me llamó:

―Una cosa más ―dijo―: felicitaciones por haber alcanzado el segundo puesto. Ojalá alcances a Augusto; jamás me agradó ese muchacho.

Me dirigí a la casa de la clienta y allí fui atendida por una mujer que bien podría haber tenido cien años. Su cabello despeinado y canoso dejaba entrever un rostro arrugado, y su mano apenas lograba sostener un cigarrillo que ya era pura ceniza.

Ingresé y me guio a unos sillones en medio del caos. Al sentarme frente a ella pude notar que no era mayor que yo. Luego, viendo las fotografías a mi alrededor, observé que había tenido unos preciosos rizos dorados; de hecho, su cabello se había parecido mucho al mío.

―Perdón por el desorden ―dijo―. Cuando David me dejó se llevó hasta mis ganas de vivir. Una amiga me recomendó Rompecorazones S.A. No averigüe mucho sobre el servicio que proporcionan, solo sé que lastiman a quienes se lo merecen. Quisiera que David atravesara lo mismo que yo estoy viviendo.

―Todo tiene su precio ―le dije―; si pagas por el paquete completo, puedo hacer que en pocos meses se encuentre en una situación deplorable.

―Eso quiero ―dijo ella―; el paquete completo.

―Muy bien; paso a explicarte entonces. Primero estudiaré sus gustos y le haré creer que soy su alma gemela. Tendremos unas semanas de idilio hasta que un día, cuando menos lo espere, comenzarán los problemas. Provocaré discusiones enfrente de sus familiares y amigos hasta convertirme en la única persona en su vida. Haré que se ponga nervioso en los momentos más importantes: exámenes, entrevistas…, así, llegará el día en que quedará desempleado y en la ruina. Créeme que seré lo peor que le ha ocurrido. Soy muy buena en lo que hago; tengo un éxito de más del noventa por ciento y llevo logrados cinco suicidios.

Mi clienta se quedó en silencio durante un momento, luego la vida regresó a su rostro:

―Perfecto ―dijo―, eso quiero; que lo pulverices.

―Así será; cuando termine con él, pesará lo que una sombra en una esquina. Dime, ¿completaste el formulario que te enviamos?

―Sí ―dijo entregándome un sobre―. Aquí está todo lo que sé acerca de David.

Observé que el formulario estaba completo; con esos datos yo debía idear un plan para cruzarme con el sujeto e iniciar con él una relación amorosa. Junto a las hojas encontré su fotografía, y fue entonces cuando supe que aquel sería mi último día trabajando para Rompecorazones S.A.

Me había dado cuenta de que yo no era tan exitosa como creía hasta entonces. Apenas vi la fotografía me sentí pulverizada, pesé lo que una sombra en una esquina; aquella imagen había acabado conmigo de manera categórica.

―No puedo hacer el trabajo ―dije―. Lo siento.

Ante su mirada atónita me puse de pie y me fui, dejando la fotografía de David sobre la mesa junto a la puerta.

Sucede que aquel hombre no se llamaba David; se trataba en realidad de Augusto do Santos, líder del ranking de ejecutores, fotografiado una vez más con su inconfundible sonrisa soberbia.