I
“Abel: desaprobado”
El salón estaba en silencio. Era un aula
como cualquiera, con cien pupitres ubicados de a diez por diez.
Cien niños del primer año estaban a la
espera de los resultados obtenidos en el examen de adaptabilidad. Estaban aterrados, sus pequeñas manos temblaban con
cada nombramiento. Era la primera vez que rendían ese examen y, en caso de
aprobar, sus vidas cambiarían para siempre.
“Adam: desaprobado”
Una educación pensada para que dejen de
pensar anuló casi por completo su adaptabilidad,
convirtiéndolos en seres incapaces de ajustarse a situaciones desfavorables.
Todas las expectativas estaban puestas
en Cynthia Banach; ella brillaba en medio del salón.
“Adler: desaprobado”
Con solo tres aciertos el examen de Adler
era el de un individuo que no saldría airoso de ninguna dificultad. Él, además,
había respondido la mitad de las preguntas al azar; un año de educación vacía bastó
para destruir su imaginación.
“Anderson: desaprobado”
Cynthia seguía esperando ansiosa, sus inquietos
ojos verdes jamás se habían visto tan grandes. Había dejado su mejor esfuerzo
en el examen; le daba miedo aprobar, pero el test era a prueba de trampas.
“Archibald:
desaprobado”
Las preguntas habían sido formuladas por
los mejores estudiosos de la mente, y si no se respondían de forma sincera, la
grilla de resultados así lo indicaría.
“Ayala: desaprobado”
El mejor amigo de Cynthia era el
simpático Eric Babbard. El regordete niño jamás realizaba las tareas que le
daban en la escuela, y era el próximo en la lista.
“Babbard: desaprobado”
Eric estuvo a punto de saltar de su asiento;
pero Cynthia lo observó con su mirada inquieta y, con un gesto casi
imperceptible, le indicó que mantuviera silencio.
“Ball: desaprobado”
Cynthia Banach sería la siguiente en ser
nombrada. Tragó saliva y cerró los ojos, aunque el resultado era obvio para
todos.
“Banach: aprobado”
El profesor hizo una pausa. El silencio
fue absoluto. Los alumnos dejaron de respirar mientras la pequeña Cynthia se paraba,
se colgaba su mochila rosada en la espalda y se dirigía aterrada hacia la
puerta.
Afuera del salón la esperaban unos
hombres vestidos de blanco, quienes la dirigieron fuera de la escuela sin
decirle una sola palabra. No tenía sentido resistirse, de todas maneras los hombres de blanco la
llevarían con ellos.
Nadie supo a dónde llevaron a la niña ni
qué fue lo que le hicieron; ni siquiera sus padres.
II
Cuando el nuevo líder se impuso, supo
que era cuestión de tiempo que lo expulsaran del poder con la misma fuerza
con la que él lo había tomado. No lo haría cualquiera, por supuesto, la mayoría
de los ciudadanos solo seguían al rebaño. Era muy pequeño el porcentaje de personas
que representaban una amenaza para el gobierno, mas sólo un individuo voluntarioso
habría bastado para iniciar una revolución.
El nuevo líder fue precavido; decidió identificar
a todos aquellos con un alto índice de adaptabilidad,
a aquellos potenciales héroes capaces de enfrentar todo tipo de situación
adversa y salir triunfantes, capaces de convertir una debilidad en una
fortaleza.
Eligió a los mejores estudiosos de la
mente y los hizo diseñar métodos que descubrieran a aquellos con tendencias
para el pensamiento lateral, hábiles en técnicas para resolver problemas de
manera imaginativa.
Cualquiera que se destacase en su rubro,
sea cual sea, sería considerado peligroso. Cualquier llamado de atención era
suficiente para que caiga una fuerte investigación sobre la persona para ver si
aquella genialidad provenía o no de una mente de tendencias revolucionarias.
Así envió a sus hombres de blanco en
busca de artistas, científicos, profesores, filósofos e inventores. La gente
comenzó a evitar hacer cualquier cosa que se escapase de los cánones impuestos
por las personas mediocres; y el mundo se volvió mediocre.
Todos sabían lo que estaba ocurriendo,
pero nadie se animaba a decirlo; guardar silencio era menos arriesgado. Así, el
nuevo líder controló todo. Tarjetas de crédito, teléfonos, televisión y hasta
los historiales de búsquedas de internet de la gente eran de su conocimiento.
De esa manera se computaron datos que permitían pronosticar cualquier riesgo
para el gobierno.
Muchos evitaron llamar la
atención, pues los adultos son mejores mentirosos que los niños, por lo que el gobierno
comenzó a apuntar al lugar en donde debería iniciarse el desarrollo de técnicas
del pensamiento: la escuela.
Se redujo el nivel de educación, pero cada
pantano tiene su flor, y el nuevo líder debía arrancarla de raíz.
Cada año los niños rendían un
examen de adaptabilidad, uno que seriamente todos desaprobar. ¿Por qué?
Porque aquellos alumnos que aprobaban jamás volvían a ser vistos con vida.
III
El nuevo líder no perseguía a las
personas como Natalie; los mayores no eran considerados peligrosos.
Durante años, muchos de sus conocidos fueron
perseguidos por mostrarse ingeniosos y librepensadores. Perdió vecinos, amigos,
parientes…, todos los desaparecidos habían hecho algo interesante, algo que los
diferenciaba del resto.
Vio ir y venir a los temidos hombres de
blanco numerosas veces. En ocasiones se llevaban a alguien con ellos; otras, se encargaban ahí mismo de la situación, enfrente de todos y a
plena luz del día.
Natalie había sobrevivido a muchos
regímenes, algunos habían sido en verdad extremos; era mayor, pero aún ardía
fuego en su mirada.
– ¿Por qué nadie hace nada?, ¡carajo! –
les gritaba indignada a los más jóvenes.
La respuesta era obvia: porque mientras
más extremo era el abuso de autoridad, más le temían al nuevo líder. El miedo
había llegado al punto en que la gente se paralizaba con tan solo pensar en lo
que aquel régimen era capaz de hacer. Además, muy en el fondo de ese temor
había una cierta tranquilidad, la tranquilidad de sentirse protegidos de posibles
golpes de estado que pudiera conducir a un mal peor. Cuando eso sucede, las
esperanzas se desintegran; todo está perdido cuando el valor no basta ni para
fantasear con revertir la situación.
IV
Kravchenko no era un artista cualquiera,
su arte despertaba mucho más que una simple admiración. Era imposible contemplar
sus obras sin sentirse conmovido, perturbado, sin que algún sentimiento
olvidado se movilizara en lo más profundo del ser.

Una noche, Kravchenko hizo una gran
exposición en la galería nacional de arte. Sorprendió que el nuevo líder no
hubiese prohibido su presentación, algo que acostumbraba hacer cuando se
trataba de un artista de vanguardia. El público, habituado a las obras clásicas
y corrientes, estaba ansioso por ver algo de una técnica tan novedosa como la suya.
La galería se llenó como nunca cuando
miles de fanáticos hambrientos de sus creaciones asistieron a lo que prometía
ser un espectáculo completamente revolucionario.
Entre sus nuevas obras, llamó mucho la
atención la denominada “La caverna”; se trababa de la escultura de un hombre con
el torso cubierto de sangre, pidiendo a gritos que lo dejaran salir. Su rostro
mostraba la desesperación de una sociedad apresada por su gobierno. Algunos,
adiestrados a esculturas desabridas, dieron la vuelta y abandonaron la galería
de inmediato.
Las almas inquietas siguieron adelante,
y se encontraron, entre otras, con “Encadenados”. La fantástica escultura representaba
a un hombre y una mujer alados, rompiéndose las cadenas el uno al otro para
luego emprender vuelo. Era un acto muy osado realizar semejante obra, no había
lugar para liberaciones de ningún tipo bajo aquel gobierno, y tampoco lo había para la igualdad de géneros.
En esa exposición hubo muchas esculturas
impactantes, pero hubo una que se destacó por completo del resto. Había sido
ubicada al fondo del largo pasillo para que fuera la última en vislumbrarse, y
así la gente se iría con una representación bien clara de la situación social. Se
trataba de la imagen más sencilla de la muestra; un mensaje claro y preciso, sin
alegorías que podrían ser interpretadas de manera incorrecta. Aquella obra no
era otra cosa que la cabeza de Kravchenko, clavada en una estaca.
V
Una noche cerca de fin de año, el Dr Juntz regresó caminando a su casa luego de una dura jornada. El famoso
estudioso de la mente acababa de corregir cientos de exámenes de adaptabilidad.
No había un alma en las calles; había personas, pero ningún alma.
El sabio dobló en una calle desértica
cuando una camioneta negra frenó junto a él. Cuatro sujetos con los rostros cubiertos
con máscaras descendieron del vehículo y se lo llevaron por la fuerza.
En la camioneta lo esperaba un quinto rebelde, más pequeño que el resto. Miró a
su víctima fijamente y se sacó la máscara, liberando un ondulado cabello gris. Era
una señora mayor; muy mayor.
– Buenas noches, Dr Juntz. Mi nombre es Natalie.
La anciana comenzó a buscar algo en su
cartera mientras el Dr Juntz intentaba liberarse de los fornidos
rebeldes que lo sujetaban.
Natalie encontró entonces lo que estaba buscando
y, sin sacar su mano del bolso, se dirigió de nuevo al atemorizado doctor:
– Dígame una cosa, Dr Juntz – dijo ella
–, ¿escuchó esos rumores de torturas y asesinatos ocasionados por algunos grupos
de rebeldes?
Natalie hizo una pausa y luego sacó aquello
que guardaba en su cartera.
– Por supuesto que los escuchó; pues permítame
decirle una cosa al respecto: todos esos rumores… son ciertos.
El desafortunado Dr Juntz –o lo que
quedaba de él–, apareció al día siguiente en la entrada de las oficinas del
nuevo líder. El mensaje había sido enviado.
VI

Desde pequeño, el regordete Eric había
desaprobado cada uno de los exámenes de adaptabilidad en la escuela. Al joven
Babbard le había ido peor cada año y sus padres no podrían haber estado más orgullosos.
En realidad no era orgullo lo que sentían, sino más bien una falta de riesgo que
los reconfortaba.
“No pienses mucho antes de responder,
hijo; pon lo primero que se te ocurra”
Entonces Eric no pensaba.
“Mañana tienes el examen de adaptabilidad;
lo mejor sería que te quedaras toda la noche despierto, así estarás cansado y este
año volverás a reprobar”
Entonces Eric se quedaba sin dormir y así,
al día siguiente, tenía la voluntad de una marioneta.
Sus padres querían lo mejor para él y lo
habían logrado; Eric Babbard había obtenido un alto rango en una empresa líder en
la cual, trabajando sesenta horas semanales, recibía un sueldo no tan
miserable.
Una noche, mientras caminaba sin apuro
por llegar a ningún lado, se encontró con alguien que conoció en su infancia; rodeada
de unos hombres de blanco venía nada menos que su mejor amiga de la escuela:
Cynthia Banach.
Durante treinta años la creyó muerta,
pero allí estaba, con sus inconfundibles ojos grandes y verdes. Jamás olvidó la
imagen de aquella niña que cargaba una pequeña mochila rosada, abriendo la
puerta para salir del salón muerta de miedo.
Al momento en que cruzaron sus miradas, ella
también lo reconoció. Eric estuvo a punto de gritar el nombre de su amiga, pero
entonces Cynthia lo observó con su mirada inquieta y, con un gesto casi
imperceptible, le ordenó que mantuviera silencio.