Alegre y llena de sueños, Florencia se
dirigió a su nuevo trabajo.
– Buenos días, mi nombre es Florencia. Soy
la nueva encargada de parametrizar las divergencias; me asignaron el cubículo
del fondo, el F7.
Todos quedaron encantados con ella; la
muchacha era una brisa de colores en medio de los grises muebles metálicos y el
blanco del papel.
Ella no veía a su cubículo como un lugar
frío, sino como una tabula rasa de posibilidades ilimitadas. Imaginó una
lámpara en el amplio escritorio junto con un lapicero haciendo juego, y al
recorrer con la vista los paneles vacíos, los vio como potenciales collages de
fotografías y poemas.
Junto a la salida del cubículo había
un viejo archivero metálico. Al limpiarlo no halló nada fuera de lo normal,
solo algunos clips, folios y papeles obsoletos; el único problema fue la gaveta
inferior, que parecía estar trabada y no encontró forma de abrirla.
El primer día no tuvo complicaciones;
Florencia era rápida con sus tareas, y enseguida se quedó sin divergencias por parametrizar.
Se mantuvo entonces entretenida realizando el dibujo de un paisaje; un producto
de su imaginación totalmente opuesto al entorno de oficina.
Por la tarde fue hasta el dispensador
del agua y allí se cruzó con el muchacho del cubículo G1.
– Discúlpame – dijo Florencia –, ¿conociste
a la persona que trabajaba en el cubículo F7 antes de que yo llegara?
– No – dijo él –, cuando empecé a
trabajar aquí, tu cubículo estaba vacío.
El muchacho hizo una pausa en la que
bebió un vaso de agua entero mientras esquivaba la mirada de Florencia. Luego
puso fin a la conversación sin darle la oportunidad a ella para que le hiciera
más preguntas:
– Bueno… en cinco minutos me retiro, te
deseo mucha suerte en tu primer día.
Parecía que el joven no tenía ganas de
hablar del cubículo F7, pero también era cierto que estaba llegando la hora en
que se terminaba su jornada laboral.
El horario de entrada y de salida de
Florencia era dos horas más tarde que el resto de sus compañeros de sector; ese
tiempo era para que no quedaran divergencias por parametrizar antes de la mañana
siguiente. Por ese motivo, ella y el viejo conserje se quedarían solos en el edificio
una vez que todos los demás trabajadores se hubiesen retirado.
Por la tarde, luego de finalizar con su
trabajo, continuó dibujando el paisaje que había empezado por la mañana. Al
terminarlo lo colocó encima del escritorio con unas tachuelas; le quedó muy
bien, ella adoraba el arte y la naturaleza.

Tras su primer día de trabajo se quedó despierta
hasta tarde imaginando cómo embellecería su oficina; estaba dispuesta a
convertirla en su segundo hogar. A la mañana siguiente, antes de partir, tomó un libro de arte conceptualista-romántico para leer durante esas
largas horas en las que no tendría ninguna divergencia por parametrizar.
En su segundo día, Florencia había terminado las tareas mucho antes del mediodía, y en el tiempo libre leyó casi la mitad del
libro que había llevado. Tuvo incluso tiempo para intentar abrir la última
gaveta del viejo archivero metálico; aunque tampoco lo logró esa vez.
Por la tarde fue al dispensador de agua
y allí se encontró con la señora del C8:
– Discúlpeme – dijo Florencia –, ¿conoció
usted a la persona que trabajaba en el cubículo F7 antes de que yo llegara?
– No – dijo la señora –, fue antes de
que yo ingresara, hace más de diez años. El cubículo estuvo vacío porque antes
eran los de ventas los encargados de parametrizar las divergencias. Solo sé que
antes de eso lo ocupaba un hombre llamado Sergio.
Florencia tuvo el presentimiento de que
la señora del C8 sabía más acerca del asunto pero no se lo quería decir. Un
instante después se despidió:
– Ya casi es mi hora de partir. Que
termines bien tu día.
Todos los de su sector se retiraron como
siempre y Florencia se quedó sola entre las sombras. Luego de terminar las
tareas de la tarde, aún debía cumplir una hora de su jornada, por lo que se sentó a leer el
libro de arte conceptualista-romántico que había llevado. De repente un ruido
la obligó a detenerse:
– ¿Quién anda ahí? – preguntó; pero no
obtuvo respuestas.
Minutos más tarde los ruidos se
repitieron y al darse la vuelta vio que provenían del viejo archivero metálico.
El mueble temblaba y saltaba en su sitio.
La gaveta inferior del archivero comenzó
a abrirse a la vez que lo hacían los ojos de Florencia. Algo verdoso se asomó y
la joven se puso de pie de un salto. Pronto comenzaron a salir unos grotescos tentáculos
que emanaban un profundo hedor marino y la muchacha se sentó en su
escritorio; habría huido, pero la criatura estaba entre ella y la salida.
Con un rápido movimiento, el monstruo
sujetó uno de los tobillos de Florencia; sus grotescos tentáculos eran más
gruesos que las piernas de la joven. Ella intentó soltarse pero la fuerza
hercúlea de la criatura apenas le permitía moverse.
– ¡Suéltame, por favor!, ¿qué es lo que
deseas?
Ante la desesperación, le lanzó a la
bestia medio sándwich que le había sobrado del almuerzo:
– ¡Toma! Comételo y déjame en paz.

Florencia salió corriendo de allí sin
intenciones de regresar.
Por la noche no pensó en otra cosa más que
en la criatura del viejo archivero metálico; pero no tenía muchas opciones;
necesitaba el dinero y además, de haber contado lo ocurrido, nadie se lo habría
creído.
Durante el poco tiempo que durmió solo
tuvo pesadillas, pero al día siguiente se le ocurrió un modo de sobrellevar la convivencia
con la bestia del archivero metálico:
“No comiste el sándwich pero devoraste
el libro… ningún problema; si lo que quieres es papel, te llevaré papel”.
Tomó varias revistas y diarios que
tenía en su casa para llevarlos al trabajo. Al ingresar pidió una resma de
papel; dijo que las necesitaba para parametrizar las divergencias, pero en
realidad serían el alimento del monstruo de su cubículo.
La mañana fue tranquila, como siempre.
Terminó su trabajo en pocos minutos y luego escribió para matar las
horas. Escribió varios poemas y hasta una canción, luego los pinchó con unas
tachuelas al panel de su cubículo junto con el paisaje que había dibujado en su
primer día; el cubículo se estaba convirtiendo en un sitio muy acogedor.
Por la tarde se acercó al dispensador de
agua; allí estaban la señora del C8 y el muchacho del G1.
– Hola – dijo Florencia – ¿No saben qué ocurrió
con Sergio, el hombre que trabajaba en mi cubículo?
Sus dos compañeros se miraron por unos
segundos hasta que la señora del C8 decidió contarle la verdad:
– Nadie sabe qué ocurrió con él; fue
hace muchos años y las versiones se multiplican a medida que pasa el tiempo. Muchos
dicen que un día dejó de venir sin siquiera dar aviso, y hay quienes creen que
se suicidó.
– El conserje me ha dicho que
desapareció entre sus papeles – dijo el joven del G1 –, como si un monstruo lo
hubiese devorado.
– ¡Ese es un viejo loco! – dijo la
señora – No le hagas caso.
Como era costumbre, llegó la hora de que
todos los empleados del sector se retirasen y Florencia se quedó de nuevo sola; no se
quedó sola en realidad, sino con su singular compañero de cubículo.
Por la tarde el monstruo surgió otra vez
de la gaveta, mas en esa oportunidad Florencia estaba preparada. Le lanzó la
enorme resma de papel que había pedido, pero él no la devoró, sino que la
desparramó de un golpe. Le lanzó entonces las revistas y diarios viejos que
había llevado, pero tampoco tuvo éxito; la criatura continuaba
saliendo del archivero de manera inexorable.
– ¿Qué es lo que deseas? ¡Te estoy
alimentando!
La bestia rugió hambrienta y sus
tentáculos continuaron expandiéndose por el lugar. De repente,
tres viscosas extremidades se acercaron al rostro de la aterrada joven.

La criatura se llevó a la boca el último
poema, la ilustración del paisaje que ella había dibujado y el papel con la
canción que había escrito. Los devoró de inmediato, luego se adentró en el
mueble y cerró la gaveta.
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Los años pasaron y Florencia se
acostumbró al monstruo, quien jamás perdió el apetito. Libros, ilustraciones,
poemas y canciones; todas las cosas que hacían feliz a la muchacha se
convirtieron en la dieta diaria de la criatura del viejo archivero metálico.
Con el tiempo, la criatura acabó por devorar todos los sueños de la joven.
Esta historia sucedió hace muchos años;
en la actualidad son los de ventas los que se encargan de parametrizar las
divergencias, por lo que el cubículo F7 volvió a quedar vacío. Las versiones de
lo que ocurrió con Florencia se multiplican a medida que pasa el tiempo. Muchos
dicen que un día dejó de ir sin siquiera dar aviso, y hay quienes creen que se
suicidó. El conserje insiste en que la joven desapareció entre sus papeles,
como si un monstruo la hubiese devorado; pero claro..., nadie le cree a ese
viejo loco.