jueves, 13 de octubre de 2016

UN DÍA SIN FLORES





Ella se cansó de preguntarse
“¿Me quiere o no me quiere?”,
y entonces se preguntó:
“¿Me quiero o no me quiero?”



lunes, 3 de octubre de 2016

EL COLECCIONISTA





Eran las diez menos veinte y el viejo reloj retumbaba en el silencio. Balder estaba sentado en su sillón, mucho más impaciente que de costumbre. Apretó el puño con fuerza acumulando allí toda su ira, luego abrió la mano y la miró; tenía dedos grandes y un poco deformes.

Las cicatrices al dorso de su mano parecían narrar la historia de una vida de dolor, y sus uñas carcomidas estaban negras a causa de la mugre del tiempo.

Faltaban quince minutos para las diez, y los insoportables segundos avanzaban mientras él seguía mirando las agujas.

Estaba sudado. Por la ventana solo ingresaba aire caliente; el aire sofocante de una noche marcada de pecado.

Instantes después lo atacó aquel deseo recurrente de abrirse el pecho y abandonar su cuerpo.

Se paró de un salto y fue al dormitorio. Solo una cosa lograba acallar sus demonios en esas ocasiones: contemplar su colección de muñecas de trapo.

Inhaló y exhaló para calmarse mientras observaba a las decenas de muñecas que tenía en la pared. Se acercó a la repisa y tomó una de ellas, luego abrió el cajón de la mesa de luz y sacó de allí un pequeño cepillo. El cabello de la muñeca era negro y lacio, y requería de un cuidado especial.

Acomodó el vestido rosado cubierto de moños que tenía la muñeca y la regresó a su lugar.

―Perfecto ―dijo Balder.

Los ojos verdes de la muñeca le devolvieron una mirada muerta.

Faltaban nueve minutos para las diez y el enorme sujeto continuaba mirando en detalle su preciada colección. De pronto observó que, en el estante superior, una de las muñecas tenía una telaraña en su vestido negro. Balder apretó el puño con fuerza, acumulando allí toda su ira.

Volvió a guardar el cepillo en el cajón y sacó de allí un pañuelo. Se envolvió el dedo con él y le pasó la lengua mojándolo con saliva, para luego frotarlo contra el vestido.

―Perfecto ―dijo Balder.

Contempló durante un instante a la muñeca; contempló sus rulos castaños y sus ojos maquillados. Sobre el rostro de tela tenía pintados unos labios carnosos que no estaban bien centrados, y en el hombro derecho se veían dibujadas unas espinas a modo de tatuaje.

El hombre miró el reloj en la mesa de luz; faltaban menos de cinco minutos para las diez de la noche. Se acercó entonces a la punta de la repisa, donde había una muñeca de lo más singular.

La última muñeca de la hilera no era como las demás; no tenía ropa, cabello ni ningún tipo de seña particular. Su rostro era liso; sin ojos, nariz ni boca.

Balder la tomó y comenzó a examinarla con sus grotescas manos. Le movió los brazos y luego se detuvo como esperando una respuesta, pero ella permaneció inerte.

En ese momento sonó el timbre. El sujeto lanzó a la cama al miembro más inexpresivo de la colección y fue a abrir la puerta del departamento. Una mujer muy atractiva estaba parada en el pasillo.

―Hola ―dijo él.

El hombre intentó acomodar sus grasosos cabellos, pero no logró una gran mejoría.

―Hola hola ―dijo ella.

La mujer pasó junto a Balder, y él la observó con atención.

Usaba jeans con tacos altos, tenía una campera de cuero blanca, y llevaba el cabello suelto de forma que se notaba que le había tomado mucho tiempo el verse casual.

―Perfecto ―dijo Balder. Luego cerró la puerta y apretó el puño con fuerza, acumulando allí toda su ira.