Pronto dejarás de temer a los payasos.
I
«Por favor, envíame un audio ¿Sí?», escribió Karina.
Se habían conocido hacía dos semanas, chateaban durante horas y ella quería conocerlo mejor. Un audio habría sido lindo, ella conocería su voz, además habría sido una prueba de que él no estaba conversando mientras su esposa dormía a su lado. Transcurrieron unos segundos y él seguía en sin responder.
«¿Y una foto?», escribió ella, «Quiero saber cómo eres».
La joven dejó de respirar mientras fijaba la vista inmóvil en la pantalla. Los puntos suspensivos le indicaban que el nuevo amor de su vida estaba respondiendo a su pedido:
«En lugar de enviarte un audio o una foto, te propongo lo siguiente: encontrémonos esta noche».
Aquella invitación fue el mejor mensaje que pudo recibir, fue una verdadera prueba de interés; o al menos eso fue lo que Karina creyó en ese momento. La joven asistió esa noche al lugar y hora acordados sin dudarlo, y su cadáver amaneció en un callejón.
La policía analizó en forma minuciosa la habitación de la muchacha asesinada. El detective Francisco Romero fue asignado para hacerse cargo de la investigación. Habló unas palabras con los padres de la joven y luego ingresó a la alcoba a dar indicaciones a sus hombres; no quería perder detalle.
Todos los muebles y adornos de Karina eran en colores negro y rosado, era un ataque directo a las retinas de Romero. Miró los posters uno por uno; intentó leer el nombre que aparecía en uno en el que aparecía una banda musical noruega. Movió los labios pero no logró pronunciar nada que se asemejara al modo en que lo diría Karina. Vio otra lámina, una de una banda musical japonesa, y esa vez ni siquiera intentó pronunciar el nombre.
El detective estaba abrumado por los fuertes tonos de la habitación y, para enfocarse en el caso, hizo una pausa en la que encendió un cigarrillo y miró por la ventana. Al recordar el motivo de la visita se hundió en la depresión que le causaban los crímenes como aquel. Apoyó su mano con fuerza en su rostro y la subió por su frente, estirando su arrugado ceño hacia arriba, llegando así hasta sus canos cabellos.
De pronto Romero abandonó la alcoba de Karina. Se dirigió al pasillo, fue casi corriendo mientras apoyaba sus manos en las paredes y alfombraba el suelo de portarretratos de Karina y su familia. Al llegar al baño se encerró de un portazo y enseguida vomitó en el lavamanos. Tal vez su malestar fue a causa del asesinato. Tal vez fue a causa de los fuertes tonos de la habitación de la joven. Tal vez fueron los años de adicción al alcohol, al tabaco y a las pastillas que compraba sin receta médica. O tal vez fue porque el mundo ya no es lugar para un hombre bueno.
El detective salió del baño con el rostro y el cabello empapados en agua y sudor. Zurita, un joven oficial que lo había seguido, se mostró preocupado:
―¿Se encuentra usted bien?
―Mejor que nunca ―dijo Romero― ¿Alguna pista?
El joven Zurita negó con la cabeza mientras apretaba los labios.
La pesquisa siguió por horas pero no se obtuvieron pruebas. La policía tampoco obtuvo información útil de los familiares y amigos de la víctima. Lo único que habían logrado hasta ese momento era una nueva fotografía para agregar al expediente de crímenes sin resolver de un supuesto mismo asesino. Así, la fotografía de Karina se unió a la de las otras cinco muchachas que también habían sido encontradas asfixiadas en un callejón, sosteniendo una rosa teñida de negro.
II
Desde que Judith tuvo uso de razón, su padre se comunicó con ella de dos maneras: con gestos y con gritos. Sucede que el hombre era mimo, pero también era un ebrio golpeador. Brindaba espectáculos de mímica en plazas y en pequeños bares para luego gastar en bebida los míseros billetes que ganaba. Al regresar a su casa no hacía otra cosa que sentarse en su sillón a ver televisión hasta que se quedaba dormido. La cantidad de minutos que le tomaba ponerse a roncar dependía de cuánto alcohol había ingerido aquella noche.
«¡Deja de quejarte, niña!, ¡así nunca serás una buena mimo!»
La pequeña Judith lo oyó gritar esa frase una y otra vez mientras la obligaba a practicar los rutinarios movimientos. La mímica no era lo suyo, pero él se negaba a aceptarlo.
Un día el hombre cerró las puertas de su hogar sin dejar salir a su hija, ni siquiera para que fuese a la escuela; estaba decidido a convertirla en una gran artista de la mímica. La hizo practicar las rutinas una y otra vez durante semanas, indicándole con un bastón la posición correcta de la cabeza, los brazos y las piernas. Al principio le marcaba la posición con el bastón, pero pronto comenzó a golpearla con él para que ella corrigiera su postura. Un día la niña comenzó a hacerle caso sin siquiera quejarse, había encontrado al fin el modo de quebrar la voluntad de la pequeña.
___________________________________
Aquella noche el mimo salió al escenario a intentar entretener a los pocos clientes que bebían en ese infecto tugurio. Luego de la rutina hizo ademanes para que Judith lo acompañara. Todos los ojos se enfocaron en la niña desde el instante en el que se dio a conocer en el escenario.
El hombre estaba orgulloso, su hija se había convertido en una gran artista; a todos les resultó imposible quitar la vista de la pequeña mimo de labios cocidos.
III
Romero llevó a su casa la resma de hojas impresas con las conversaciones de Karina y sus amigos; eran la última esperanza de encontrar algún dato que lo guiase al Asesino de la rosa negra. Se sentó a leer en su antiguo escritorio de madera junto a su lámpara oxidada, una de esas que ya no se fabrican y que dan la sensación de que seguirán funcionando por siempre.
Se sirvió un vaso de coñac e inició la lectura. Se sintió perdido entre tantos emoticones y palabras abreviadas. No le parecía estar leyendo conversaciones, sino jeroglíficos modernos sin sentido, pero se necesitaba más que eso para detenerlo. De pronto leyó que Karina hablaba de haber conocido a alguien interesante en el sitio amigochat.com. La joven mencionó a un muchacho romántico, inteligente y con sus mismos gustos. El detective se sirvió un segundo vaso de coñac mientras reflexionaba y recordaba la habitación negra y rosa de la joven. Bebió medio vaso de un sorbo, y encendió su viejo ordenador decidido a ingresar a amigochat.com.
Había decenas de salas para elegir, pero primero debía crear un perfil adecuado. Marcar el casillero de género femenino, subir una foto bajada de internet y poner un nombre que incluya alguna parte del cuerpo serían cuestiones suficientes para atraer la atención de cientos de hombres en minutos. Todo aquello lo hizo pensar en la cantidad de veces que un hombre mayor y alcohólico ingresaría al día con un perfil falso para hablar con jovencitas ilusas.
Haciendo memoria de las víctimas se dio cuenta de que todas tenían ciertas características en común. No eran chicas populares y llenas de amigos; se trataba de muchachas más bien introvertidas. Consideró que un perfil atractivo desde lo físico no despertaría el interés de un asesino como aquel. Entonces lo decidió. No puso foto ni indicó su género. Para finalizar se llamó a sí mismo Niñapoetisa, y así comenzó a recorrer las salas de chats.
Entre los usuarios en línea encontró a muchos personajes con nombres extraños e incluso irreproducibles, pero hubo uno que llamó su atención: Mimo666.
Niñapoetisa no le habló, por supuesto, prefirió esperar a que Mimo666 diera el saludo inicial. Luego de media hora, dos vasos de goñac, y muchos saludos de otros potenciales degenerados, Mimo666 se presentó.
A Romero le temblaban las manos, tenía un sospechoso del otro lado de la pantalla; tan lejos y a la vez tan cerca.
Tuvieron una conversación de varias horas, tiempo en el que el detective abría una ventana tras otra con poemas y frases que le ayudaran a hacer ver a su personaje como una apasionada pero elegante muchacha deseosa de un cortejo.
«¿Quién es tu escritor preferido» preguntó en un momento Mimo666.
«Edgar Allan Poe» dijo Niñapoetisa, «me gusta la poesía oscura».
Mimo666 le pasó un poema que él mismo había escrito, un poema que revolvió las entrañas putrefactas de Romero:
«Te arrancaré la lengua, te cortaré los dedos,
y no podrás entonces dialogar de nuevo.
Echaré plomo derretido en tus oídos,
y no volverás jamás a discutir conmigo.
Serás como un mimo, que habla sin palabras,
que en sus actos deja las cosas claras.
Y cumplirás tus promesas, día tras día,
pues no podrás vender tus frases vacías».
―Te encontré, maldito ―pensó Romero en voz alta―; este poema solo pudo haber sido escrito por un loco.
Luego de que el ritual de letras se prolongara por uno minutos más, Mimo666 invitó a Niñapoetisa a una cita para la noche siguiente. Del otro lado de la conversación Romero escribió «Me encantaría :)», y envió el mensaje con un clic y una sonrisa triunfantes.
IV
―¿Algún rasgo particular sobre los ladrones? ―preguntó el oficial Zurita mientras tomaba nota.
El denunciante dudó por unos segundos y luego respondió casi pidiendo permiso:
―Sí…, los cuatro estaban vestidos de payasos.
―¿Payasos?
―Sí, payasos. Tenían ropa a rayas blancas y negras, sus rostros estaban maquillados y durante el asalto no dijeron ni una palabra. Ni siquiera puedo asegurar si eran hombres o mujeres.
El detective Romero estaba parado a unos metros tomando un café con licor. Al escuchar eso se acercó e intervino en la conversación:
―Esos no eran payasos; eran mimos.
El detective terminó su trago en un instante y se dirigió al oficial:
―Quiero que me acompañes a interrogar otra vez a la niña de los labios cocidos.
―Sobre eso le quería hablar, jefe ―dijo Zurita.
Ambos se fueron a un rincón y el oficial le contó lo que había sucedido con Judith.
―¿Cómo que se escapó? ―preguntó el detective.
―La dejé sola un momento y luego no pude encontrarla.
―¡Pero es una niña! ―dijo Romero―. Su padre está detenido, no podemos permitir que ande sola, sobre todo luego de lo que le pasó.
Un oficial se acercó para decirle a Romero que el comisario deseaba hablar con él en su despacho; otra vez estaba en discrepancia con sus métodos. No era el mejor momento para hablar con el detective, no estaba de humor, aunque a decir verdad Romero nunca estaba de buen humor.
___________________________________
―¿Sabes cuántos casos has resuelto de los últimos veinte que se te asignaron? ―preguntó el comisario.
―No tengo idea ―dijo Romero― ¿Usted dónde lleva la cuenta?, ¿en su diario íntimo?
―Tres, Romero. Solo tres.
―¿De verdad? Esas son fantásticas noticias. Creí que me iba a decir que no resolví ninguno. Uno solo habría sido suficiente para que todo mi trabajo cobrara sentido. Me ha alegrado el día, jefe.
Los ojos del comisario se abrieron como si estuviesen a punto de incinerar al irreverente detective. Apoyó sus palmas en el escritorio, llenó de aire y sus pulmones y estaba punto de gritar cuando alguien golpeó la puerta del despacho; era el joven Zurita:
―Disculpen la interrupción ―dijo el oficial―, pero parece que El asesino de la rosa negra ha cobrado una nueva víctima.
V
Romero estaba dispuesto a asistir a la cita de Mimo666 y Niñapoetisa esa noche; el asesino había matado a siete muchachas en tres meses, y alguien debía poner fin al asunto, aunque fuese por un medio no ortodoxo.
Parado en un oscuro callejón encontró un joven obeso, vestido con ropa en blanco y negro.
―¡Arriba las manos! ―gritó Romero―. Soy oficial de la policía. Estás detenido por el asesinato de siete mujeres.
Mimo666 levantó sus manos a la vez que expresaba una inquietante sonrisa.
El detective esposó y revisó al sospechoso. No encontró armas, ni siquiera un puñal, pero de uno de sus bolsillos sacó una rosa negra. Llevó al sujeto a su automóvil y lo empujó al fondo del asiento de atrás.
A las pocas cuadras se inició la conversación; ambos tenían mucho que decirse:
―¿Niñapoetisa? ―preguntó el sospechoso― ¿Usted es Niñapoetisa? La esperaba mucho más atractiva, oficial.
El joven comenzó a reír mientras el enojo del detective se reflejaba en el espejo retrovisor.
―Ríete mientras puedas, mimo; estas serán tus últimas risas. A decir verdad, creí que el asesino de la rosa negra sería más inteligente.
―¿Así me llaman? Yo no seré inteligente, pero ustedes no son nada originales. De todas maneras no me interesa su opinión; el ascenso de los mimos ya ha comenzado. Boris Zhanitsyn estaría orgulloso de mi trabajo.
―¿Boris quién?
―Boris Zhanitsyn ―dijo el sospechoso―, el mejor mimo de todos los tiempos.
A Romero le resultó conocido ese nombre. Comenzó a rebuscar en su memoria hasta que lo recordó.
―¿Acaso estás hablando del cuento? Has derrapado, muchacho; Boris es un personaje inventado, no es real.
―Usted puede creer que Boris es ficticio; usted puede creer que logrará culparme por esas víctimas; usted puede creer lo que quiera, oficial; pero dígame una cosa… ¿qué escribirá en el informe?, ¿acaso pondrá que me atrapó Niñapoetisa?
El joven comenzó a reír otra vez ante el mutismo del detective.
―No tiene nada en mi contra, viejo; me liberarán por la mañana y a usted lo dejarán fuera del caso.
Romero detuvo el automóvil y obligó a bajar al joven:
―Camina ―dijo.
Ambos avanzaron hacia un callejón aún más oscuro que aquel en el que se habían visto por primera vez. El detective iba unos pasos atrás del sospechoso.
―Oiga…, espere…, ¿qué hacemos en este lugar? ―preguntó el muchacho.
Al darse la vuelta vio que el policía lo estaba apuntando justo al medio del rostro.
―¡Silencio! ―dijo Romero―; los mimos no hablan.
El rostro del joven se puso tan pálido que pareció que estaba usando maquillaje. Apenas tuvo tiempo de poner un gesto de horror justo antes de que el detective apretara el gatillo.
VI
Seis años transcurrieron desde que el padre de Judith fue detenido. Seis años transcurrieron desde que ella se fue a vivir con un viejo tío materno que viajaba mucho y casi no estaba en la casa. Seis años transcurrieron desde que se descosió los labios, pero las cicatrices aún estaban allí.
Por la mañana Judith se enteró de que a su padre lo habían asesinado en la cárcel; los mimos maltratadores de menores no son populares de ningún lado de las rejas.
La adolescente se encerró en su habitación, donde podía verse que no era una amante del orden. Tenía ropa sucia tirada en el suelo, su cama era un colchón afectado por la humedad, y había cajas sin desembalar en cada rincón. Judith deseaba un cambio en su vida, pero aquel cambio no estaría relacionado con el orden de su recamara.
Esa tarde solo tenía una idea en mente: tomarse fotografías. Sacó varias de sus ojos, eran verdes y de pestañas largas. Muchos dirían que tenía un exceso de rímel, pero a ella le gustaban de ese modo. Tomó varias fotos de su cabello, bien oscuro; al principio bien peinado y luego otras desarreglado. Se colocó unas medias a rayas blancas y negras, unas que la cubrían justo hasta sus rodillas inquietas. Se acostó en la cama bocarriba y se fotografió las piernas mientras las levantaba en diferentes poses provocativas. Luego se aproximó a un espejo de cuerpo completo y acomodó su escote. Levantó sus enormes senos para que se vieran más firmes y redondos, y se tomó una última fotografía. Tenía planeado publicarlas en internet, a todas con excepción de aquellas en las que se le notaban las cicatrices en los labios.
Judith se sentó en su escritorio y encendió su notebook. Junto a ella había una perfecta rosa roja ahogándose en tintura negra. Cliqueó en su ordenaron e ingreso a amigochat.com; esa noche se crearía una cuenta, esa noche conocería a su primera víctima.
FIN
Si te gustó esta historia, puedes acompañar a Romero y a Zurita en otro misterioso caso.
Impresionante relato, como siempre!! Aprovecharé para reeleer a "Boris" el mejor mimo de todos los tiempos ;) Cada vez me dan más miedito los mimos... Un abrazo :)
ResponderBorrarMuchas gracias por las palabras, Elena.
BorrarCuando inventé a Boris no esperé que alguien creyera que existe..., ¿o acaso sí existe?
Te mando un abrazo mímico.
Una historia inquietante y muy bien narrada, y un final que no me esperaba. Me gusta la parte en que Romero hace de juez y verdugo, por un momento pensaba que el mimo iba a salirse con la suya y quedar libre ;)
ResponderBorrarUn beso, Federico, gran relato
Muchas gracias por las palabras, Chari.
BorrarLos métodos de Romero no son los ideales, pero el mimo también fue juez y verdugo cuando asesinó a esas jóvenes.
Beso!
Hola, Federico. Buena historia, me gustó. Personajes inquietantes y perturbadores que me engancharon hasta el último párrafo, aunque espero no encontrármelos por la calle :). Saludos.
ResponderBorrarMe alegra que te haya gustado, Sal.
BorrarMuchas gracias por el comentario.
Ten cuidado que aún hay muchos mimos sueltos; Romero no puede detenerlos a todos :)
Saludos.
Hola Federico!
ResponderBorrarUna entretenida y misteriosa novela policíaca, siempre me han fascinado.
No cabe dudas que el ascenso de los mimos ha comenzado, Uyy! que horror, los mimos son muy tristes y amargados, inexpresivos a pesar de sus tantas expresiones muertas, con ellos todo es irreal, mecánico y muy inquietante.
Me he leído a Boris y algo me dice que la audición ayudó en parte con este ascenso de los mimos, en lugar de un sucesor prefirió una multiplicación de mimos, !Genial!
Gracias por este relato tan exquisito y lleno de oscuridad, .
Gracias por iluminar mi oscuro relato con tu comentario, Harolina.
BorrarCuídate del ascenso de los mimos o bien únete a él.
Saludos!
Apasionante y atrapante entrega del mundo de Boris, su legado y sus secuaces, fans e imitadores. Me ha recordado un poco a "The Following". Una estructura brillante, como un rompecabezas del que al final, solo el autor sabe con exactitud donde se deberían colocar cada una de sus piezas, y el lector disfruta de este laberíntico, oscuro y misterioso viaje. Nada es lo que parece y hasta el más astuto de los detectives, a pesar de sus adicciones, no sabrá hasta donde llega esta malsana criminalidad. Un rostro donde el blanco y el negro son la misma carne de tan brutal naturaleza, donde una nueva discípula continúa la terrorífica saga de ese mimo llamado Boris.
ResponderBorrarUna gozada de lectura, Federico.
¡Abrazo, mi buen amigo de letras!
Me alegra que hayas disfrutado de mi oscuro laberinto, amigo de letras.
BorrarUna gozada leer tu comentario.
¡Abrazo grande, Edgar!
Posees una mente realmente laberintica a la hora de hacer correr tu imaginación pintando,pisadas del color de los mimos, de quien desea encontrar una salida, de quien haya una salida perdiendose entre rosas negras, de quien piensa y cree que el esfuerzo de querer resolver ya es una victoria...Posees una mente irreverentemente única..
ResponderBorrarTe agradezco mucho las palabras, Yolanda.
BorrarMuy bueno lo de "el esfuerzo de querer resolver ya es una victoria".
Abrazo!
Ahora entiendo porque inicias con: "Ahora dejarás de temer a los payasos". Definitivamente, pasaremos a temer a los mimos, jeje. Me ha gustado muchísimo como lo has ido desarrollando, y con ese final que indica la continuidad de los crímenes, esta vez a manos de una de las víctimas. ;)
ResponderBorrarUn abrazo. =)
Me alegra que te haya gustado y que ahora pases a temerle a los mimos.
BorrarTe agradezco el comentario, Soledad.
Abrazo! :)
Yo diría que ahora nunca dejaré de temer a los mimos, que me suelen poner bastante nerviosa...
ResponderBorrarGran historia y excelente desarrollo, te sigo la pista.
Saludos
Te agradezco la visita y las palabras, Alol.
BorrarMe alegro de que los mimos y yo hayamos logrado eso.
Saludos.
Muy bueno Federico inquietante, lleno de mentes perturbadas con problemas serios de identidad y con un bagaje que les hacer ser realmente peligrosos, pero me ha encantado el relato. Eso sí yo ni payasos ni mimos, ;)
ResponderBorrarUn abrazo.
Muchas gracias por el comentario, Irene.
BorrarMi perturbada mente se alegra mucho de que te haya gustado tanto.
Abrazo!
Y he aquí la nueva entrega de Boris. Un título excelente que despierta el interés desde el principio. Narrado con elegancia, fluidez y párrafos cortos, nos muestras el modus operandi del mimo asesino a través de sus víctimas y de un detective. Las elige por un chat de internet, una gran elección por tu parte, ya que toca un tema muy actual y comprometido, y después de matarlas, les deja una rosa negra. El detective, excelentemente perfilado, es un hombre depresivo y fácilmente irritable, y que se ha fijado un objetivo claro con respecto a este asesino, porque para él, lo único puro y bueno que queda en el mundo son los niños. Así que crea un cebo y el mimo muerde el anzuelo. Destacar de aquí ese poema, oscuro y escalofriante, perfecto para un mimo asesino. Finalmente le atrapa. Descubrimos que no es Boris, por lo que aún está suelto, si no ha muerto. Finalmente, tras una intensa conversación que saca de sus casillas al detective, este le mata, terminando así esta trama.
ResponderBorrarPor otro lado tenemos la trama de la hija del mimo, intensa y desgarradora, por lo que el hombre le llega a hacer a la niña. Eso marcará la forma de ser de esta, y una vez su padre muerto, cinco años después, seguirá su legado.
La disposición de cada trama, está muy bien estructurada, manteniendo la tensión en todo momento.
Un abrazo, Federico.
Me alegra mucho que te haya parecido así, Ricardo; sobre todo por ser todo un conocedor del horror y un amante de los mimos y payasos asesinos.
BorrarGracias por el comentario, terrorífico amigo.
¡Abrazo!
Hacía mucho que yo no leía en la web un relato negro policíaco de tinte clásico como el que has escrito y ha sido una grata sorpresa. Con todos los ingredientes del género nos mueves a la perfección por la intriga y el terror con esta entrega de Boris, en un texto que estructuras de forma muy adecuada para que no nos perdamos en la tela de araña que has creado con varios asesinos, la labor detectivesca y la formación de la sucesora. Sólo te voy a poner un pequeño pero y es que me ha resultado un poco forzado el momento en que Romero se toma la justicia por su mano con Mimo666. En todo caso, se trata de una sensación personal, que no pretende para nada desmerecer lo bien hilado de la trama, el sórdido ambiente que logras y lo sólido del argumento.
ResponderBorrarAh, un apunte: en los capítulos 2 y 4, el predictivo de tu editor te ha corregido “cosidos” por “cocidos”. Al principio me chocó el adjetivo que ponías a los labios de Judith, ja, ja, pero cuando lo vi correctamente escrito más adelante comprendí el error… ¿o no se trata de un error?
Un saludo
Gracias por la atenta lectura y la crítica, Isidoro. Le diré a Romero que su trabajo no fue tan satisfactorio; para tenerlo en cuenta.
BorrarYa mismo corrijo lo de los labios cosidos. Lo de los labios cocidos podría ser usado en otro cuento ;)
Un saludo.
Me ha gustado mucho, Federico, muy bien narrado y estructurado.
ResponderBorrarun abrazo.
Te agradezco mucho el comentario, Clara.
BorrarMe alegra que te haya gustado.
Abrazo!
Escalofriante relato. Menos mal que había un inspector Romero que a puesto a un mimo donde le correspondía estar. Miedo dan esos chat de encuentros y perfiles falsos.
ResponderBorrarUn saludo compañero.
Me alegro de haberte causado escalofríos, Francisco. Romero es poco ortodoxo pero muy efectivo.
BorrarUn saludo, compañero; y cuídate de los perfiles falsos.
Que buen relato me ha gustado mucho
ResponderBorrarMuchas gracias por el comentario, Javier. Me alegra que te haya gustado.
BorrarEntretenida historia. Al final los genes hablan.
ResponderBorrarSaludos.
¿Será que el destino de Judith ya estaba escrito en su ADN?
BorrarGracias por el comentario, Sofía.
Saludos.
Federico escalofriante relato que se lee de un tirón, que te mantiene enganchada con ganas de saber. Felicidades, por este terrible relato, creo que no volveré a mirar bien a ningún mimo, ¡¡¡que miedo!!!
ResponderBorrarY desgraciadamente con un padre así...la pobre Judith lo tenía muy difícil.
Un saludo
Muchas gracias por las palabras, Conxita. Me alegra que te haya parecido así.
BorrarUn saludo mímico.
Terror, misterio, trama de trhiller con detective y sospechosos, investigación, detención, muertes y rituales. Todos los aspectos de la novela negra y del miedo en este relato que atrapa de principio a fin. Además, el término, su final, es la consecuencia de una terrible historia de malos tratos y representa la consecución y desarrollo de un movimiento, el de los mimos que parece despertar ineludiblemente. Así, el mito de Boris cobra fuerza y promete su continuidad, entrometiéndose en los designios nocturnos de la ciudad. Excelente, me has hecho pasar emociones muy inquietantes.
ResponderBorrarUn abrazo
Me alegro de haberte inquietado con mi cuento, Marisa.
BorrarMuchas gracias por este comentario tan bien escrito.
Te mando un fuerte abrazo y ten cuidad del ineludible despertar de los mimos.
Tuve que pasar por aquí. No recordaba al detective tanto como creía.
ResponderBorrarMuy bueno. Debería tener tres calaveras o más.
Me agrada mucho ese detective. Espero que sus vicios no lo maten y pueda aparecer en un nuevo caso.
BorrarMe alegra que te haya parecido así el cuento, amigo.
Abrazo!