Voy a contarte la historia de mi suicidio. No te sientas mal por ello; mi vida no tenía sentido. Todo lo que hacía lo hacía por mi hermana, y fue por ella que debí morir.
Eva y yo éramos mellizos, y a pesar de ser de distinto sexo parecíamos idénticos. Sucede que yo nací con físico pequeño, y mis manos y mis pies siempre fueron femeninos. La gente me confundía con ella cuando hablaba por teléfono y hasta las niñas me llamaban amanerado.
Jamás me preocupó ser rechazado por las mujeres, pues nunca me interesaron; mi relación con Eva era todo lo que necesitaba. A veces creo que, en el vientre materno, una parte de mi corazón creció dentro de ella.
Nuestros padres fallecieron en un accidente automovilístico cuando éramos niños, y fuimos entonces a vivir con nuestra tía Marta. Ella era profesora de piano y una amante del teatro, y nos envió a Eva y a mí a estudiar danza, actuación y canto.
En la escuela me sentaba junto a mi hermana y pasábamos el día como si no existiera nadie más en el mundo. En realidad, ella intentaba hacer amistades, pero yo no toleraba que otros se interpusieran en nuestra relación; deseaba que Eva y yo fuésemos uno.
Por las tardes, nuestra tía nos hacía cantar mientras ella tocaba el piano. En dichas ocasiones, Eva era la artista principal, dejándome a mí la parte de los coros. El talento de mi hermana también fue celebrado desde el principio en la academia, donde protagonizó varias obras mientras yo solo obtenía algunos papeles secundarios. Nadie me dijo el motivo de que yo no fuese elegido para interpretar roles más importantes, pero asumí que fue mi falta de virilidad.
Así, fui forzado a caminar por el sendero oscuro de la vida; amando a mi hermana, pero odiando a una sociedad que no me veía, opacado por la luz de su estrellato.
Pronto decidí abandonar la actuación y dedicarme de lleno a ser el asistente personal de mi hermana. A todos lados donde ella iba, yo la acompañaba. Íbamos juntos a cada clase que tomaba, a la peluquería y hasta a la depiladora. Mientras Eva hacía sus cosas, yo admiraba su gracia, observándola desde un rincón, silencioso como un mimo.
Nuestra relación se intensificó más aún cuando la tía Marta falleció. Era el único familiar cercano que teníamos y nos quedamos, a los diecinueve años, viviendo solos en su departamento. Por suerte Eva tenía bastante trabajo como actriz en obras de teatro, lo que nos permitió llevar una vida moderada, pero sin carencias.
Muchos comenzaron a considerarla una estrella del teatro independiente; y yo tuve el privilegio de verla desde atrás del telón. Desde allí pude ver sus encantos como nadie lo hizo, desde allí aprendí los diálogos de todos los personajes que interpretó, moviendo los labios a la par de los suyos.
Me hice cargo de su ropa, de la comida y de todos sus caprichos, pero mi tarea más importante era alejarla de las distracciones, es decir: de los hombres. La labor fue imposible; a mi hermana la deseaban todos los jóvenes de la academia, y un día comenzó a salir con un bailarín clásico llamado Víctor.
Eva admiraba sus brazos musculosos y el ancho de sus hombros, y por cada virtud que ella nombraba, yo le encontraba mil defectos. Llegó un punto en el que mi desprecio hacia él fue demasiado obvio y mis críticas perdieron sentido para ella. Mientras tanto, la sonrisa soberbia de Víctor me decía las cosas que haría con mi hermana, cosas que yo no quería ni imaginar.
Debí entonces idear un plan para deshacerme de él antes de que el amorío se volviera serio. Compré un lápiz labial rojo merlot –un color que mi hermana no se atrevía a usar a pesar de mis consejos –, y me pinté con él varias veces para que se viera usado. Cuando fui a limpiarme, vi mi reflejo y comencé a mover los labios haciendo diferentes gestos, quedando aún más convencido de que aquel sería el color ideal para los labios de Eva. Por la tarde, durante una clase de danza a la que asistía Víctor, fui al vestidor a tomar las llaves de su auto y puse el labial bajo el asiento del acompañante; la escena del crimen estaba lista.
―Eva, mi amor ―le dije esa noche―; debo decirte algo terrible.
Mi hermana me miró con sus hermosos ojos bien abiertos:
―Acabo de ver a Víctor besándose con otra ―le dije.
―¿De verdad? ¿Con quién?
―No pude ver quién era ella; estaban en su auto. Es una lástima; justo cuando empezaba a agradarme… Podrías revisar en los asientos; los hombres no suelen ser buenos ocultando sus infidelidades.
Al día siguiente, sin decirle nada a Víctor, Eva revisó su automóvil. Más tarde llegó llorando al departamento y me contó que lo había dejado.
Su teléfono se oía sonar una y otra vez en la cartera hasta que por fin atendió, pero yo se lo saqué de la mano:
―No lo atiendas, Eva ―dije mientras cortaba la comunicación―. Ve a acostarte; yo te prepararé un té. Háblale mañana, cuando estés más tranquila.
Al día siguiente Víctor la esperó sobre las escaleras de la entrada de la academia:
―¡Te juro que no sé de dónde salió ese lápiz labial! ―dijo él―. Tal vez sea de mi hermana o de mi prima; a lo mejor estuvo allí por años.
Me puse entre medio de él y de Eva para hablarles con voz calmada:
―Está por empezar la clase. Hablen a la salida.
Eva subió las escaleras y yo me retrasé un poco para decirle algo a Víctor en el oído:
―Si vuelves a acercarte a mi hermana te romperé la cara, ¿me oíste, bailarín maricón?
Con mi voz afeminada, aquel insulto le causaría gracia o lo haría darme una golpiza. Ocurrió lo segundo; tal y como yo quería. Terminé en el hospital y mi hermana no volvió a hablar con él.
Las heridas no fueron de gravedad y pronto me recuperé, pero lo más importante fue que, tras aquel incidente, Eva y yo volvimos a ser uno.
Mi hermana se volvió más bella y mejor artista, y yo continué acompañándola a todas partes. No importaba cuántos la admirasen, yo seguía teniendo mi sitio preferencial al costado del escenario. Todo fue maravilloso hasta que unos meses después volvió a sucumbir a los placeres carnales, aquella vez por culpa de un actor llamado Rodrigo.
―Me encanta ―dijo Eva un día―. Jamás conocí a otro hombre como él. Creo que estoy enamorada.
Intenté decir algo, pero había perdido la voz. Esas palabras me habían retorcido las entrañas, y el sufrimiento se acumuló en mi pecho hasta formar un nudo de dolor que me apretó la garganta, permitiéndome tan solo brotar lágrimas de odio.
Busqué defectos en Rodrigo, pero parecía ser perfecto. Su sonrisa compradora, sus ojos de niño bueno…; ya casi podía verme acompañando a mi hermana al altar llevando los anillos en el saco. Intenté no ponerme en su contra, pero llegó un momento en el que no pude soportarlo y le dije que su novio no me agradaba:
―Rodrigo no es como Víctor ―dijo ella―. Es tierno y romántico. Creo que estás celoso. De hecho, hay algo de lo que hablé con él y que tú debes saber. Me dijo que es extraño el modo en que me sobreproteges y creo que tiene razón. Quizás debamos alejarnos un poco.
No pude creer lo que estaba oyendo. Yo la cuidaba más que a mí mismo, y aquello que él consideraba sobreprotección era una muestra del amor que yo sentía por ella. Ningún hombre la amaría como yo, no había nadie con quien pudiera forjar el vínculo que teníamos. Nuestra unión era tan fuerte que daba la sensación de que, en el vientre materno, una parte de mi corazón había crecido dentro de ella.
Las horas que pasaba sin mi hermana se hacían eternas. Nada era gracioso sin su risa, e incluso el aire sin su aroma me parecía tóxico. No podía seguir viviendo sin ella a mi lado todo el tiempo, pero tampoco podía acercarme demasiado y amenazar su independencia. Eva y su novio me habían condenado a transitar una línea muy estrecha en la que no me sentía nada cómodo, y no tuve otra opción más que deshacerme del sujeto.
Comencé a estudiar sus movimientos y supe que los jueves tomaba una clase de canto en la que era el único hombre; entonces ideé un nuevo plan.
Compré una peluca de cabello lacio color castaño claro, igual al cabello de Eva, y tomé uno de sus vestidos y un par de zapatos. En la academia le escribí una nota a Rodrigo que decía que lo esperaría en el escenario para cumplir una fantasía sexual y la pegué en la puerta del vestidor de caballeros. Mi hermana y yo teníamos la misma letra, y mi imitación de su firma habría sido un desafío para el mejor perito calígrafo.
Esperé a Rodrigo en el puente de los reflectores, arriba del escenario del anfiteatro. Me oculté entre las sombras, aunque a la luz tampoco le habría sido fácil reconocerme. Esperé a que él apareciera y entonces lo llamé:
―Rodrigo, mi amor. Estoy aquí arriba.
―¿Qué haces ahí arriba? –preguntó él–. Es peligroso.
―No seas tonto ―dije―. Ven, tengo algo para ti.
Para aumentar su deseo dejé caer uno de los zapatos cual una damisela en apuros. Rodrigo lo tomó y subió las escaleras de más de cinco metros de altura. Yo me había asegurado de ponerme frente a un tramo en el que no había baranda, y le pedí que se acercara a mí. Me alcanzó el zapato y, al tomarlo, lo volví a dejar caer. Él miró hacia abajo y yo aproveché la distracción para empujarlo.
Rodrigo cayó al escenario de espaldas, rompiéndose la columna para morir creyendo que su novia lo había asesinado.
A la mañana siguiente vimos la noticia por televisión y ejecuté tan bien el papel de muchachito horrorizado que Eva y yo terminamos abrazados, llorando como si ambos hubiésemos sufrido la tragedia por igual.
Mi hermana no volvió a ser la misma tras la muerte de Rodrigo; había perdido la alegría que la caracterizaba y ya casi no salía de su habitación. Lo bueno fue que me facilitó la tarea de alejarla de las distracciones, aunque a veces insistía en hacer algunas cosas por sí sola.
Una noche salió con una amiga –o al menos eso fue lo que me dijo–, y volvió muy tarde al departamento. Había llovido y, por no seguir mi consejo de llevar un paraguas, regresó empapada y temblando de frío. A la mañana siguiente despertó con un fuerte resfriado:
―Me siento mal ―dijo desde la cama―; hoy no podré actuar.
Su aspecto era terrible y, gracias al vínculo que nos unía, supe que tenía fiebre sin necesidad de apoyarle la mano en la frente.
―Eva, mi amor; te ves muy mal. Pero no puedes faltar a la obra de esta noche; te prepararé un té y esperemos que más tarde te sientas mejor.
―Que vaya mi reemplazo ―dijo ella―. De todos modos, no me interesa esa obra.
No podía permitir que faltara, era inaceptable que privara al mundo de su belleza y de su talento.
―¡Esto pasa porque anoche saliste! ―le dije―. No deberías salir antes de una función, y además fuiste sin paraguas a pesar de que estaba a punto de llover. Te estás volviendo muy irresponsable.
―¡Déjame en paz! ―dijo ella―. Eres peor que la tía Marta. Pareces una vieja amargada. Llama y di que no iré; no es para tomárselo tan en serio.
Pero era en serio. Muchos actores habrían dado cualquier cosa por tener un papel tan importante como el suyo; sobre todo yo.
Tomé el teléfono para avisar de su ausencia, pero corté apenas me atendieron; se me había ocurrido una idea mejor. Yo sabía de memoria todos los diálogos del personaje y nadie en el mundo podría haber sido un mejor reemplazo para mi hermana.
Por la tarde, mientras ella dormía, busqué el traje para interpretar el rol más importante de mi vida. Ya me había disfrazado de Eva cuando asesiné a Rodrigo, pero aquella sería la primera vez me pondría de verdad bajo su piel.
Fui al living a sentarme frente al viejo tocador francés que mi hermana heredó de la tía Marta. Fue maravilloso mirarme en aquel espejo de frente y no como una parte del decorado mientras la observaba maquillarse.
Me puse un sostén rellenándolo con dos pañuelos, imitando el delicado busto de Eva. Luego me puse su ropa interior, pues ella usaría unas calzas ajustadas para el rol de esa velada y no podía arriesgarme a que se notaran costuras extrañas de un bóxer.
Se lo que estás pensando: «¿Cómo hizo para que no se le notaran los genitales?» Sucede que mis órganos sexuales no se desarrollaron mucho cuando alcancé la pubertad. Pero no te sientas mal; jamás tuve intenciones de hacer uso de ellos.
Me maquillé como si lo hubiese hecho cientos de veces y aproveché para pintarme con el lápiz labial rojo merlot que mi hermana nunca usaba. Al final, escogí el calzado. Sus zapatos tenían un aroma que me hizo detenerme a olerlos antes de usarlos. Me los puse despacio, deslizando los dedos en su interior para sentirme acariciado por el cuero.
Mi actuación fue impecable, no solo en el escenario sino también fuera de él, y nadie tuvo la más mínima sospecha.
A la mañana siguiente mi hermana me despertó; la rabia que sentía le dio fuerzas para levantarse aun con fiebre:
―Me acaban de llamar para felicitarme por la actuación de ayer. Revisé mi ropa y me di cuenta de que estuviste tocando mis cosas. Te hiciste pasar por mí, ¿verdad? ¡Eres un enfermo! ¡Necesitas ayuda profesional!
El escenario de cartón en el que yo vivía se derrumbó. Las sombras bajo los pies de Eva se disiparon, dejándome a merced de la luz de mi habitación que me quemaba las retinas.
―Es cierto ―dije―, todo lo que dijiste es cierto.
Me levanté y fui a la cocina mientras mi hermana continuaba gritando. Una vez allí, abrí el cajón de los cubiertos:
―Te amo, Eva; pero para ti no soy más que un monstruo social que vive bajo tu estrellato. Está claro que, para que brilles, yo debo morir.
Tomé un cuchillo del cajón y mi hermana corrió hacia mí:
―¡No lo hagas! ―gritó, pero el cuchillo no era para clavármelo a mí, sino a ella, y cuando me sujetó del brazo la apuñalé con todas mis fuerzas.
Cayó al suelo con la hoja enterrada en el estómago, haciendo un lastimoso esfuerzo por respirar. Entonces me agaché para sostenerla y mirarla por última vez mientras le brotaba sangre de la boca:
―Eva, mi amor; por favor no te sientas mal. Te amo más que a mí mismo; créeme que esta es la única solución. Vivirás por siempre bajo mi piel; te prometo que seré una mejor Eva.
Intentó decir algo, pero había perdido la voz. Vi entonces cómo sus hermosos ojos se apagaban mientras yo le acariciaba el cabello:
―Sabes, Eva; a veces creo que, en el vientre materno, una parte de tu corazón creció dentro de mí.
A partir de ese momento dejé de interpretar a mi antiguo yo. Nadie extrañó a ese muchachito introvertido y dependiente de su hermana, y a los pocos que preguntaron por él les dije que se había ido a vivir a otra ciudad. Con el tiempo fue como si él jamás hubiese existido.
Hoy Eva no necesita del cuidado de nadie y no se distrae con los hombres; la gente dice que está actuando mejor que nunca y trabaja en obras cada vez más importantes. Todo es perfecto desde que Eva no tiene un hermano, todo es maravilloso desde que Eva y yo somos uno.
Una forma de ser Eva era interpretar a la propia Eva. Un relato muy bien escrito y me ha enganchado desde la primera línea. Un abrazo
ResponderBorrarMe alegro de haberte enganchado, María.
BorrarTe agradezco mucho las palabras.
Un fuerte abrazo.
Lo leí de un tirón Fede. Que buena y suspenso haz creado para Eva y su hermano. Amor enfermizo que lo llevó a lógico final para su mente. Me encanta como envuelves al lector en esa sensación de locura. Garritas abrazándote.
ResponderBorrarMe alegra mucho que te haya parecido así, terrorífica Mendiel.
BorrarUn placer haberte envuelto en locura.
Otro monstruoso abrazo para ti.
Federico un relato psicológico con mucha profundidad. La clave para entender la raíz del problema esta en la siguiente frase que usas:
ResponderBorrar"En el vientre materno, una parte de mi corazón había crecido dentro de ella". Toda la historia gira en torno a esa creencia, y como era de esperar, tanto dio la gota de agua en la piedra hasta que le hizo un hoyo. Al final cuando el le dice: "Sabes, Eva; a veces creo que, en el vientre materno, una parte de tu corazón creció dentro de mí", deja muy claro la fuerte bipolaridad o en este caso indecisión de genero, pues al matar a Eva, dejo salir la verdadera Eva que habitaba en el, y terminó por quedarse siendo solamente Eva, o por salirse del closets como se dice.
La historia podría ser exactamente lo que superficialmente se ve, celos enfermizos de un hermano, pero a profundidad, bien podría ser la historia de los hermanos Sierpinski, ja, ja.
Atrapante e interesante relato amigo de la oscuridad.
Me hiciste reír con lo de los hermanos Sierpinski. Yo también pensé que tal vez ellos vivieron una historia similar en sus inicios.
BorrarComo bien dices, la frase del vientre materno es clave. Comienza siendo una metáfora del amor que él sentía por ella para ser una excusa más para matarla.
Me alegro de haberte atrapado.
Muchas gracias por el psicólogico comentario, Harolina.
Un cuento sensaciona! con gran intriga hasta el final. Me sorprende y admiro! tu imaginacion.
ResponderBorrarMuchas gracias por las palabras, Raquel.
BorrarEsperaba que este cuento fuese de tu estilo. Me alegra que te haya parecido así de intrigante.
Un drama en el que se mezclan amor y celos, ambos con un tinte patológico. Llegué a creer que acabaría suicidándose dejando a Eva libre para vivir su vida, pero el giro final ha resultado sorprendente, acabando de rematar la trágica historia de un ser que vive a la sombra de su melliza. Muy buen relato.
ResponderBorrarUn abrazo.
Una alegría que te haya parecido así mi patológico relato.
BorrarTe agradezco mucho el comentario, Josep.
Otro abrazo para ti.
Oh vaya, la ultima línea me hizo sentir un escalofrío. Me recuerda mucho al Cisne Negro de Aronofsky, tremendo relato Federico.
ResponderBorrarFelicitaciones.
Un gran director el que nombras; me encantan sus películas. Busqué una ambientación de ese estilo.
BorrarMi intención fue que se volviera de terror sobre el final; me alegro entonces de haberte hecho sentir ese escalofrío.
Muchas gracias por el comentario, Itsuki!
Puff... tremendo relato. Un relación de hermanos enfermiza, agobiante. Muy bien llevado el in crescendo. Un amor tan apasionado hasta el punto de convertirse en puro veneno. Muy bueno!
ResponderBorrarMe alegra que te haya parecido así, David; además justamente el in crescendo fue una de las cuestiones que consideré más importantes en este relato.
BorrarMuchas gracias por la atenta lectura y el comentario!
Hola Fede.
ResponderBorrarVaya que ha sido bueno leerte otra vez.
Es una historia impresionante.
Has llevado este relato de hermanos enfermizos, uno mas que la otra, con total maestria hasta el final.
Felicitaciones amigo.
Abrazo.
Richard
Te lo agradezco mucho, Richard.
BorrarUna alegría tenerte de visita y que te haya parecido así mi enfermizo relato.
Abrazo, amigo!
Wow! Impresionante tu capacidad para relatar desde el punto de vista de personajes con semejantes torbellinos mentales, yo lo he intentado alguna vez y me da (Miedo?) sumergirme en pensamientos semejantes, no sabría explicarlo.
ResponderBorrarUna historia estremecedora, describe muy bien como alguien puede obsesionarse hasta tal punto con otra persona que cree poder ser mejor en 'su propia piel'.
Precioso.
Entiendo a qué te refieres; es fuerte lo que provoca escribir metiéndose 'en la piel' de ciertos protagonistas.
BorrarMe alegra que te haya parecido precioso este torbellino mental.
Muchas gracias por las palabras, Mins.
Increíble, final inesperado, muy perspicaz, la verdad me encantó.
ResponderBorrarMe alegra que te haya gustado tanto.
BorrarGracias por dejar tu comentario.
Muy buen relato, bien dosificada la intensidad y brillante el juego sicológico. El tema literario del doble es inagotable, está claro. Tu aportación propia al mismo es excelente, me encantó.
ResponderBorrarTe faltó explicar cómo ocultó el cadáver de la hermana, pero para eso está la imaginación de cada uno...
Una pequeña precisión gramatical que pasaste por alto. En el quinto párrafo pones: "No toleraba que otros se interpongan en nuestra relación". Debería ser "No toleraba que otros se interpusieran/interpusiesen" (Perdona que sea tan escrupuloso, lo soy más cuando me gusta algo de verdad)
Saludos.
Me alegra que te haya gustado tanto, Bonifacio.
BorrarAsí es, dejé que cada uno imaginara qué hizo con el cadáver de su hermana. Supuse que, como nadie denunciaría su ausencia, tendría tiempo para deshacerse del cuerpo.
Te agradezco mucho el comentario y la precisión gramatical; ya mismo corrijo la frase.
Saludos.
Hola, Federico,
ResponderBorrarVuelvo a leer uno de tus relatos y, como siempre, no decepcionan. Dejando a un lado lo evidente, quisiera comentarte que me ha encantado especialmente la obsesión del chico por acaparar la atención de la hermana, quería hacerla suya a toda costa, a cualquier precio, apartando de un manotazo cualquier distracción, y está técnicamente muy bien conseguido y reflejado ese trastorno enfermizo y asfixiante.
Dibujas a un asesino frío y calculador, inteligente, que se toma tu tiempo para preparar sus acciones, sin prisas, buscando la perfección, inquietante. Y todo le sale bien. Cuando decide matar a su hermana, no ve como algo malo eliminar a lo más preciado para él, porque era imperfecta esa versión, él tenía una mejor, su manera de hacer a su hermana sublime; por eso él ve que se suicida él mismo, alguien sin una vida plena, consiguiendo que su hermana prevalezca en su mente enferma, en su cuerpo idéntico, y eso lo has plasmado con una maestría soberbia. Nos dejaste entrar en la mente del asesino y vimos el horror en primera persona.
Sin duda, un relato fascinante y aterrador, especialmente en las últimas líneas, como tiene que ser, para conseguir de una vez por todas que el lector arranque los brazos al sillón de la tensión sufrida justo cuando llega al punto final. Acabas de ganar un seguidor. Un saludo cordial y buena lectura.
Muchísimas gracias por las palabras, J.J.
BorrarExcelente tu lectura y el análisis del perfil psicológico que has hecho del protagonista.
Me alegro de haberte fascinado y aterrado. Espero que no te salga muy caro retapizar el sillón.
Un saludo!
AWwwww, una historia de amor muy obscura, he escuchado que los mellizos si llegan a tener lazos muy diferentes a los que se tiene con un hermano, es decir que si son mas fuertes, y como en este caso pueden llegar a ser enfermizos.
ResponderBorrarExcelente relato, imaginar como querer ser otra persona, ir reemplazándola poco a poco, hasta darte cuenta que puedes ser ella, y pues si esa otra persona tiene lo único que crees un defecto, y tu parecieras perfecto la combinación exacta para hacer lo que tienes que hacer sin sentir ningún tipo de remordimiento.
Simplemente genial...
¡saludos!
Me alegro mucho de que te haya parecido así esta historia de amor, Tere.
BorrarEstuve leyendo acerca de mellizos y gemelos mientras escribía este cuento y hubo varios casos en los que sucedió lo que dices, aunque el de Eva es muy especial. Me alegro de no tener un gemelo así, o quizás él debería alegrarse.
¡Gracias por el comentario! Saludos.