―Lamento informarles que aquello que temíamos es cierto ―dijo el Dr. Reus―. Todos los estudios indican lo mismo.
Sofía esperaba sentada en el pasillo. Las enfermeras que pasaban la miraban con ojos fríos. Ella no quería estar allí. Quería regresar a su casa, jugar con sus amigos, volver a su vida de siempre.
―Tiene diez años, ¿verdad? ―dijo el Dr. Reus―. Asumo que aún es niña.
Del otro lado de la puerta, la pequeña Sofía no podía escuchar la conversación que tenían sus padres con el intimidante doctor, y la espera la ponía cada vez más nerviosa. Sus pies inquietos aún no llegaban al suelo, y los movía hacia atrás y hacia adelante.
―He estado esperando una paciente como ella para poner en práctica el nuevo tratamiento en el que estuve trabajando. Los comprimidos que le daré han hecho que mi anterior paciente dejara de ovular; pero claro, eso no será un problema para Sofía debido a su edad.
Ese mismo día la niña comenzó el tratamiento. Dos comprimidos diarios durante una semana, dos comprimidos que la prepararían para un procedimiento que tenía más posibilidades de matarla que de lograr un efecto similar al deseado.
Durante aquella semana a Sofía todo le daba náuseas, y por supuesto, todas sus fantasías se vieron apagadas junto con su producción de hormonas. Sin embargo, los rumores ya habían llegado a su colegio, y una compañera de curso la acusó de mirarla con demasiada atención en el baño luego de la clase de educación física.
En la siguiente visita al hospital, la niña estaba aún más aterrada:
―Me han dicho que sigues teniendo los mismos deseos impuros ―dijo el Dr. Reus―. Eres una paciente difícil. No hay problema; yo me especializo en los casos difíciles.
Una enorme enfermera de ojos fríos la llevó hasta una silla metálica y la inmovilizó con correas de cuero. Al final, le puso un casco unido a una palanca mediante un sistema de cableado.
El doctor acomodó sus lentes y una sonrisa mostró unos dientes amarillos mientras acomodaba el proyector frente a la paciente.
―Te mostraré imágenes perversas y haré que las odies tanto como las odia cualquier persona sana. Tú no tienes la culpa, Sofía; es eso que tienes en tu interior lo que te hace desear lo indeseable. No es un demonio, como creen algunos. “Él” está alojado en tu sistema nervioso, y voy a eliminarlo.
El proyector se encendió y el Dr. Reus apagó las luces. Mujeres besándose, tocándose, mujeres vestidas como hombres y hasta algunas con vello facial; una tras otra, las imágenes en blanco y negro se reflejaban en las pupilas de Sofía.
Las manos de la niña se retorcían ante el dolor que le causaban los impulsos eléctricos sobre su cabeza y sobre su columna vertebral.
―No te preocupes ―dijo el Dr. Reus―, no quiero matarte; solo quiero matar esa parte de ti que te hace daño.
El tiempo pasó y Sofía cambió, pero no fue el cambio que esperaban sus padres. Había dejado de jugar con muñecas, había dejado de peinarse y de mirarse al espejo, incluso su voz sonaba diferente.
En medio del desayuno su hermano mayor intentó disimular la risa, pero la manera en que la niña sostenía la cuchara parecía ser la de uno de esos cuestionados antepasados del hombre de los que se estaba comenzando a hablar.
―¿De qué te ríes, imbécil? ―dijo la niña mientras sujetaba del cuello a su hermano con una sola mano.
Los padres tuvieron que volver a llevarla a ver al Dr. Reus, él parecía ser el único que podría hacer algo al respecto:
―Lamento informarles que los comprimidos no están dando resultado ―dijo el Dr. Reus.
Sofía esperaba sentada en el pasillo del hospital. Las enfermeras pasaban cerca de ella pero le esquivaban la mirada.
―Está actuando más como un niño que como una niña, ¿verdad? ―dijo el Dr. Reus.
Del otro lado de la puerta, Sofía no podía escuchar la conversación que tenían sus padres con el doctor, pero ya no le importaba; ella ya no estaba nerviosa. Sus pies no se movían, y en aquellas semanas había crecido tanto que llegaban con firmeza al suelo.
―Voy a someterla a un tratamiento un poco más extremo que el anterior. Les prometo que no me daré por vencido con el problema de su hija. Les aseguro que esta vez me encargaré de “Él”.
Pronto Sofía volvió a estar atada con cinturones de cuero, pero esa vez fue sobre una camilla.
La enorme enfermera le colocó el suero y las venas del brazo de la niña se hincharon fuera de lo común.
Sofía comenzó a respirar con fuerza, y los músculos de sus brazos se pusieron tensos; no eran brazos de niña, no eran músculos humanos.
La enfermera se alejó de la paciente, pero no tuvo oportunidad cuando ésta se liberó sin esfuerzo de los cinturones que la sujetaban. Aquella que alguna vez había sido una dulce niña dejó inconsciente de un golpe a la enfermera.
Sofía se acercó al Dr. Reus, y éste no la reconoció. La había convertido en algo diferente. Su piel había perdido el tono sano y rosáceo, para volverse de un gris opaco. Tenía el cabello grasoso, escaso, y sus brazos y piernas mostraban la fuerza sobrehumana con la que lo enfrentaría.
No era la primera vez que las prácticas experimentales del Dr. Reus terminaban en fracaso, y Sofía se sumó a la larga lista de pacientes fallecidos. La niña había muerto, mientras que “Él” continuaba vivo.
Hola Federico!
ResponderBorrarCelebro tenerte de vuelta, espero que estés bien y el receso te haya servido de descanso en todos los sentidos.
Que bueno que vuelves a brindarnos tus enigmáticos y fascinantes relatos oscuros, Sofía me ha dejado algo perpleja, pero el Dr. Reus aun mas, que manera tan malvada de tratar a sus pacientes.
Un relato inquietante y que nos deja una moraleja muy importante:
"Es mejor aceptar la realidad que tratar de cambiarla y forzar las cosas, todo tiene una razón de ser, deja fluir la vida como viene y enfrenta las excepciones con valentía, respeto, compasión y amor.
Gracias Federico por tu regreso aleccionador y algo espeluznante.
Abrazos con mis tentáculos escamosos.
He vuelto. Se ve que aún tengo mucha más oscuridad que compartir.
BorrarMuy bella tu moraleja, Harolina.
Te agradezco mucho el comentario.
Mis garras te abrazan con fuerza sobrehumana.
El inquietante Dr Reus no podía imaginar que su enfermiza obsesión por corregir la naturaleza iba a ser su perdición.
ResponderBorrarBuen relato, Federico. Lástima que se base en una realidad muy arraigada en cierto grupo de la sociedad. Un saludo.
Así es. Una realidad que sigue vigente aún, aunque sin llegar a los extremos del inquientante Dr Reus.
BorrarGracias por el comentario, Bruno!
Un saludo.
Hola Federico, espero que vengas descansado y nos ofrezcas estos relatos oscuros que cada vez me da más miedo leerlos. Siempre me quedo impresionada. Un abrazo
ResponderBorrarMe alegro de haberte impresionado una vez más, María.
BorrarHe vuelto, no sé si descansado, pero sí lleno de mucha oscuridad.
Gracias por el comentario.
Mis garras te abrazan.
Me hizo recordar la naranja mecánica por momentos. Pero no se puede luchar contra la naturaleza humana, solo se la puede matar. Un tema universal que tratas de forma magistral en este relato nacido de la oscuridad.
ResponderBorrarAbrazos mimicos
Muchas gracias por las palabras, amigo mimo.
BorrarMe alegra que te haya parecido así este relato salido de lo más oscuro de mi ser.
Abrazos!
-la niña que no fue- A partir del tìtulo comenzò el misterio, y lo llevaste hasta el final...excelente relato, como siempre te felicita, una seguidora desde tu primer tìtulo.
ResponderBorrar¡Muchas gracias, Raquelita!
BorrarEspero que te sigan gustando mis relatos siempre.
El relato es fascinante. La atmóśfera del relato es opresora, consigues recrear a la perfección todo tipo escenas perturbadoras y transmitirnos las sensaciones de los personajes. Lo único que no me ha gustado ha sido el final, creo que no es el final que la historia merece, me gustaba más cuando el auténtico monstruo de la historia era el ser humano (la locura colectiva de una sociedad que, en este caso, parecía estar en contra de la homosexualidad).
ResponderBorrarTe agradezco mucho el comentario y la crítica, Máximo.
BorrarEl final, de índole fantástica, puede ser visto solo como metáfora. El auténtico monstruo es el doctor, o como tú dices, la locura colectiva. La niña muere a la vez que el malvado crea a ese monstruo que en realidad jamás existió. Finalmente ese monstruo le da su merecido. No era mi intención hacer quedar a la niña, o lo que queda de ella, como la mala de la historia.
Un saludo!
Hola Federico. Vaya que se te extrañó. Me da gusto que estes de regreso.
ResponderBorrarMas con este excelente relato que me recuerda lo absurdo que hemos sido siempre como humanos al querer crear "sociedades perfectas", y a lo que no es común lo llamamos anormal y nos empeñamos tanto en modificarlo que no importa hacer daño a quien mas queramos ya que estamos mas enfocados en lo que creemos debe ser correcto.
Porque pareciera que el dr es el villano de esta historia. Pero realmente el solo es el instrumento de los verdaderos mounstros que son los padres quienes no pueden aceptar a un hijo (a) tal cual es, y no les importa su sufrimiento solo importa tener un hijo como creen que debería ser. Uno que la sociedad y la religion acepte.
Tu cuento me recordo varias historias de conocidos que no se alejan mucho de tu relato.
Saludos.
Muchas gracias por la bienvenida, Tere.
BorrarAsí es, regresé y con muchas críticas a estas "sociedades perfectas", a modo de cuentos.
Interesante lo que dices; los padres son los peores villanos, unos villanos a los que en ningún momento permití hablar en mi relato para que el lector imagine lo absurdo y monstruoso que pudo haber sido su discurso.
Saludos!
Muy bueno. Me ha gustado mucho.
ResponderBorrarMuchas gracias por dejar tu comentario.
BorrarMe alegra que te haya gustado :)
¿Por qué será que las "presencias" malignas siempre son más difíciles de erradicar que las positivas? Pobre cría, su espantosa transformación no la ayudó en nada ni sirvió para librarse de Él :(
ResponderBorrarBuen relato, Federico, con interés y emoción por saber más hasta el final. Enhorabuena :)
¡Un abrazo!
Muchas gracias por la visita y el comentario, Julia!
BorrarMe alegra que te haya parecido así.
Abrazo de mi parte y de la presencia maligna que estoy intentando erradicar.