Vanessa se miró al espejo como cada día. Acomodó su vestido ajustado, intentando que le acentuara la cintura y elevara los senos. Dietas, cremas y pastillas; no le quedaba nada por probar, pero ella no estaba satisfecha.
Su nutricionista le indicó que su peso era el correcto, aun así, continuó adelgazando. La esteticista le explicó que utilizar tantas cremas dañaría su piel, pero ella no se detuvo. Incluso su entrenador personal le decía que se estaba sobreejercitando.
Decidió acudir a un cirujano plástico. No sabía bien para qué, pero cada vez que se miraba al espejo veía algo en sus pómulos que no le gustaba; o quizás era su mentón, o tal vez sus labios. Buscó en su ordenador, una cosa la llevó a la otra, y pronto encontró un modo diferente de obtener lo que quería.
«¿Por qué insistir con lo mismo que hacen los demás?, ¿Por qué no buscar ayuda especial?». Al día siguiente consiguió una bolsa de piedras negras y cinco velas rojas.
Por la noche habló con su reflejo:
―Si funciona, esta será la última vez que te vea ―dijo sonriendo.
Deseaba invocar a un ser que le ofreciera un pacto, una criatura de otro mundo con la que intercambiar deseos. Con las piedras formó una estrella pentagonal en el suelo, luego colocó una vela roja en cada vértice. A las cero horas se sentó en el medio y recitó lo mejor que pudo una frase que no comprendía.
Había leído que las sombras dibujarían rostros surrealistas en el techo, que oiría pasos de miles de insectos caminando a su alrededor, que la temperatura descendería hasta condensar su aliento formando vapor con cada respiro…, pero nada de eso sucedió. Todo fue silencio y tranquilidad.
Las velas se consumieron, y Vanessa abandonó la estrella para encender la luz. Caminó desanimada, y al pasar junto al espejo se inspeccionó para ver si hubo algún cambio. Nada; seguía sintiéndose fea. Pero cuando apuntó la vista al suelo su reflejo mantuvo la mirada. Entonces dos enormes garras surgieron y la sujetaron del cuello. El rostro de Vanessa se puso azul mientras luchaba por soltarse, pero las garras la sumergieron en el espejo, devorándola hacia el interior de las paredes.
Poco después una pierna se asomó, era larga y sexi, muy parecida a las de Vanessa.
Hola, Federico, que escalofriante inspiración tuvo Vanessa. Al igual que ella, muchas mujeres nunca están conformes con su aspecto, por muy bien que se vean, y así han encontrado la muerte en manos de cirujanos plásticos y no tan cirujanos, a veces ellas no saben con exactitud lo que desean, por eso no encuentran nunca satisfacción.
ResponderBorrarMe temo que al fin Vanessa la encontró, pero ya no era ella de seguro, su reflejo cobro vida y esas piernas sexis, saliendo del espejo y las paredes, ¡Uy!, que miedo da, como estará su rostro ahora...
Me ha gustado el tono algo sarcástico y esa imagen con esas uñas largas, de terror.
Que estés bien amigo y pases un buen fin de semana. Un fuerte abrazo con mis manos de uñas bien cortitas, ja, ja.
Hola, Harolina!
BorrarEs cierto, este cuento es una metáfora de lo que dices. Vanessa obtuvo lo que buscaba, pero le costó su identidad. En este relato le tocó ser víctima a una mujer, pero lo mismo les sucede a muchos hombres.
Mis garras surgen de tu pantalla y te dan un gran abrazo.