miércoles, 22 de febrero de 2023

BRUJA






Algunos culparon a las ratas; y los gatos valieron su peso en oro. Otros, a las aves de corral, y enseguida prohibieron su consumo. Y hubo gente que atribuyó lo ocurrido a las constelaciones. Pero el principal acusado fue el propio ser humano, por haberse desviado del camino, por no haber seguido los mandatos de Dios. Nadie pudo confirmar el origen, pero todos estuvieron de acuerdo en una cosa: La peste sería un hecho sin precedentes en el poblado de Paso del Diablo.

El nombre del lugar suena irónico, siendo sus habitantes cristianos devotos. Cuenta la leyenda que Satanás cruzaba el bosque y deseó visitar el sitio. Los pueblerinos se lo impidieron gracias al poder de la fe, por lo que debió seguir su camino. Con la peste, en cambio, no correrían con la misma suerte.

Los aldeanos se escondieron en sus casas, pero el terror ingresó bajo la puerta. Pérdida de cabello, dolores corporales, ceguera y finalmente la muerte; todo sucedía demasiado a prisa, la enfermedad atacaba sin clemencia.

Al principio se intentó aislar a los enfermos, poco después no quedó familia exenta. Se pidió apoyo a otros poblados, pero Paso del Diablo estaba ubicado en medio de un denso bosque, por lo que la ayuda tardó en llegar. Sucedió una noche; varios carruajes tirados por caballos negros llegaron de repente. Los corceles galoparon las calles con fuerza, como si quisieran que la hierba no volviese a crecer sobre sus huellas. De los carros descendieron trece hombres, todos vestidos con trajes iguales: botas altas de cuero, una túnica negra, sombrero y una máscara con un pico similar al de un cuervo; eran los médicos de la peste.

Visitaron cada hogar en el que hubiese un paciente, pero los doctores no sabían combatir el mal y solo lograron aterrorizar más a los pueblerinos. Los tratamientos consistían en punzadas que tenían la intención de purgar la sangre infecta, consumos de sustancias que provocaban mareos y diarreas, y hasta privaciones de la ingesta de líquidos por días enteros. Llegó un punto en que se corrió la voz de que su objetivo allí no era curar, sino asegurarse de que todos los enfermos muriesen, para así evitar una epidemia. De todas maneras, cuando la mitad de los habitantes fallecieron, los doctores se retiraron. Se fueron en los carros tirados por corceles negros, llevándose sus misteriosas máscaras y las pocas monedas que pudieron quitar a las familias.

La pequeña iglesia se convirtió en el último refugio, hasta que allí también el miedo volvió enemigos a los vecinos. Cualquier señal de padecimiento era motivo de expulsión de la misa, y en una ocasión todos abandonaron la capilla cuando el sacerdote se desmayó en plena ceremonia.

Rodrigo y Catalina eran campesinos, y no les era fácil cumplir con las instrucciones de higiene recomendadas. Finalmente, la plaga llegó a su hogar, y sus tres hijas enfermaron de gravedad. Siete, cinco y tres años: Marina, Mencía y Marcia; las niñas tenían todos los síntomas. Su cabello, antes dorado y abundante, en pocos días no fue más que unos pocos mechones sin vida. Sus ojos comenzaron a ponerse blancos y solo podían ver siluetas amorfas. Perdieron peso a causa de sus constantes vómitos, y su piel, que una vez fue rosada, cobró un color verdoso que se acentuaba con cada descamación. «Están en manos de Dios», decían los vecinos, y les daban algún ungüento que les había sobrado de algún pariente difunto. Pero la enfermedad dañaba todos sus tejidos, y no había ungüento que curase sus órganos internos.

Las pequeñas yacían en la vieja cama matrimonial, en el único dormitorio que tenía la humilde casa. Los padres dormían en el salón principal, en una manta sobre paquetes de paja. Estaban esperando lo inevitable, rezando a un Dios que parecía empecinado en poner a prueba sus creencias. Una tarde en la que el pueblo estaba en silencio, alguien llamó a su puerta. Al abrir vieron a una persona cubierta por una túnica negra y una escalofriante máscara con pico de cuervo. Tenía también botas de cuero y un sombrero. No obstante el traje, aquella persona no era un médico.

―Buenas tardes ―dijo Rodrigo―; creíamos que todos los doctores se habían ido. Pase, por favor, tenemos tres hijas enfermas. Están en el dormitorio.

―Hemos intentado todo ―dijo Catalina―, gracias a Dios han regresado.

El individuo de la máscara no dijo nada, solo ingresó a la habitación y observó a las niñas durmiendo.

―¿Cree que puede salvarlas? ―preguntó Rodrigo.

El individuo asintió con la cabeza.

―¿De verdad, doctor? ―preguntó Catalina.

El individuo negó con la cabeza.

―¿Sí o no? No entiendo ―dijo Catalina.

―Sí, puedo ayudaros ―contestó el individuo. Entonces se quitó la máscara―. Y no, no soy doctor.

Bajo la máscara de pico de cuervo había una anciana de cabello blanco y crispado. Al alzar el rostro mostró una piel resquebrajada de tal manera que parecía tener mil años.

―¡Lárguese de aquí, bruja! ―dijo Rodrigo―. En esta casa seguimos la palabra del Señor.

―Pues no os ha servido de mucho ―dijo la anciana―. Creed en mí, yo seré un mejor dios para vosotros.

―¡Usted no es más que una adoradora de Satanás! ―continuó Rodrigo―. Vosotras hacéis puras maldades.

―Las brujas tenemos muchos poderes, el uso que les demos depende de cada bruja. Pero esta peste es peor que cualquiera de nosotras; tiene un índice de mortandad del setenta por ciento.

Rodrigo y Catalina no dijeron nada.

―Veo que no sois amantes de la matemática… Pongámoslo así: si te enfermas, lo más probable es que te mueras. De hecho, a vuestras hijas les quedan pocas horas de vida. Mañana cuando despertéis, las encontraréis muertas. Yo podría salvarlas hoy mismo, después os pediré un favor.

La madre de las niñas sujetó a su esposo del brazo y lo llevó hacia un costado para hablarle. No tenían opción; la bruja parecía ser su única esperanza. Tras conversar a solas, se acercaron a la anciana:

―¿Qué nos pedirá a cambio? ―preguntó Rodrigo.

―Ya habrá tiempo para eso ―dijo la hechicera―. Ahora debo ponerme en marcha, debo invocar a los antiguos espíritus antes de que caiga el sol; los espíritus que invoco por las noches no curan enfermedades.

Los padres aceptaron y la bruja dio comienzo al ritual:

Primero colocó una olla con agua en el fuego, al hervir, vació el interior de una pequeña bolsa de cuero. El fuego se tornó verde y el agua comenzó a exhalar vapores que dibujaban figuras impías ante los ojos de Rodrigo y Catalina. Los dientes podridos de la anciana chorrearon saliva burbujeante, la que acumuló para formar una escupida que dio contra el suelo, justo en medio de la sala. En el lugar del impacto se formó un pequeño hoyo que comenzó a agrandarse en un círculo perfecto, y la hechicera comenzó a balbucear una y otra vez: «melquíad des sahen vipérea crotalus, melquíad des sahen vipérea crotalus, melquíad des sahen vipérea crotalus…». Decenas de serpientes de cascabel surgieron del pozo, y a medida que se desanudaban iban saliendo por la puerta de la casa. Al final, la anciana retiró la olla del fuego y el pozo se cerró.

―Eso es todo ―dijo la bruja―. Las serpientes han llevado la peste fuera de vuestro hogar. Volveré mañana a por mi paga.

Antes de salir por la puerta se dio la vuelta y miró al matrimonio con ojos rojos:

―Una cosa más; no intentéis escapar o traeré un dolor a vuestras vidas superior a aquel de la carne y de los huesos.

La anciana se cubrió con su túnica negra, que de pronto cayó al suelo cuando ella voló convertida en una lechuza. Los padres de las niñas no sabían si celebrar o continuar preocupados. Intentaron quedarse despiertos durante la noche, pero enseguida cayeron vencidos por el sueño como presos de un embrujo. A la mañana siguiente vieron que las niñas continuaban con vida.

No solo sus hijas habían sobrevivido una noche más, esa mañana despertaron con gran apetito. A lo largo del día fue regresando el color a sus mejillas, y sus ojos ya no presentaban cataratas. Pero el matrimonio sabía que el infortunio no había terminado:

―Debemos irnos ―dijo Catalina―. No sabemos de qué es capaz esa vieja. Quizás nos pida que hagamos algo depravado.

―Catalina, querida esposa, no podemos dejar todo atrás: nuestra casa, nuestros cerdos… Las nenas siguen débiles y no tenemos carro ni caballos. Además, ella es bruja; fácilmente podría encontrarnos.

Al anochecer, cuando las niñas ya estaban durmiendo, la hechicera llamó a la puerta:

―Buenas noches. He venido a llevarme lo que es mío.

―¿Qué desea? ―preguntó Rodrigo―. Somos gente pobre.

―Sois ricos en cierto modo. Tenéis tres hijas hermosas; sanas también. Solo deseo una cosa: llevarme una de ellas.

―¿Qué? ¿Está usted loca? ―dijo Catalina.

―Podéis erigir una tumba en su honor. Pensad que sería difícil que los vecinos crean que sus tres hijas se curaron; algunos podrían sospechar que se trató de magia negra.

―¡Lárguese, bruja! ―dijo Rodrigo―. Deje a mi familia en paz.

―¿Ahora me echáis?

La hechicera levitó varios centímetros por encima del suelo, y la habitación se oscureció de repente:

―¿Habéis olvidado que fui yo quien curó a vuestras hijas? Puedo refrescaros la memoria matándolas frente a vuestros ojos con la misma facilidad con la que les salvé la vida.

―Pero no podemos elegir a una, amamos a las tres ―dijo Catalina―. Pídanos lo que sea menos eso. Lléveme a mí si quiere, pero por favor deje a mis hijas.

―Tú no me sirves. Resolvamos esto de una buena vez o llevaré a las tres conmigo. Escribid sus nombres y ponedlos en una bolsa. ¿Tenéis una pluma?

―No ―dijo Rodrigo―; no sabemos escribir.

―¿Tenéis dados?

―Tampoco. Apostar es un pecado, y nosotros somos fieles al Señor.

―¡Me tiene cansada ese! De acuerdo, yo no soy esclava de nadie más que de mis vicios, y siempre llevo un dado conmigo.

La bruja extendió su mano de dedos anormalmente largos y mostró un dado de hueso:

―Lanzaré una vez y una vez nada más, y tras la sentencia no habrá vuelta atrás.

La hechicera agitó su mano mientras los padres de las niñas lloraban abrazados:

―Si uno o dos dice el azar, a la mayor voy a llevar. Si tres o cuatro marca el dado, la del medio es lo indicado. Y si obtengo cinco o seis, a la menor jamás veréis.

El dado rodó por el medio del salón ante la atenta mirada de Rodrigo y Catalina. La bruja reía mostrando sus pútridos colmillos, pues no había manera de que pudiera perder; el Diablo no necesita abogados cuando juega bajo sus reglas.

El dado se detuvo y la cara superior mostró un seis: la pequeña Marcia fue la elegida.

―¡No! ―lloró Catalina― ¡Mi bebé!

La bruja señaló con su larga uña y la puerta del dormitorio se abrió por sí sola. En un instante voló hacia el interior de la habitación y la puerta volvió a cerrarse. Rodrigo y Catalina corrieron detrás, pero al entrar vieron la ventana abierta y a solo dos de sus hijas durmiendo. La pequeña de tres años y la anciana habían desaparecido.

El tiempo pasó y Marcia no volvió a ver a sus padres ni a sus hermanas. La única familia que tuvo a partir de entonces fue la hechicera, quien le dijo que era su tía.

Al principio le decía que su familia estaba enferma y que pronto la llevaría de nuevo con ellos, convenciéndola con más dulces de los que una niña podría comer. Años después le dijo que sus padres fallecieron. A partir de entonces Marcia fue olvidando su vida anterior, y no hubo mundo para ella más que aquel que le brindaba la bruja.

Vivieron juntas en una casa en medio del bosque; una casa hecha de piedras y con un techo alto de tejas negras. Vivieron sin amenazas, pues la anciana era temida en toda la región. Para marcar su territorio colgaba de los árboles pequeños muñecos hechos de ramas y trapos, que maldecían a quienes los veían.

La anciana tenía muchos animales, por lo que nunca les faltó alimento. Tenía vacas y gallinas, pero sobre todo cabras. Ella también utilizaba su ganado en los infames rituales que hacía junto con Marcia. La bruja le enseñó a entonar los cánticos, y también la educó en invocaciones y preparación de pócimas, aunque la joven no solía lograr los resultados esperados. Marcia creció a la vez que la bruja envejecía, y un día se sentaron para tener su última plática:

―Estoy muriendo ―dijo la anciana―. Te he enseñado todo lo que necesitas saber. Aún no puedes hacer uso de toda tu magia, pero pronto heredarás mis poderes; eres mi hija.

―¿Cómo que soy su hija? ―dijo Marcia―. Me ha dicho que mis padres murieron.

―Te contaré cómo fue: Hace mucho tiempo una peste afectó al pueblo en que vivías; al sur de aquí. Tú y tus dos hermanas enfermaron. Yo os salvé y a cambio pedí a tus padres que me dieran a una de vosotras.

―¿Y por qué yo? ¿Por qué me eligieron a mí y no a una de mis hermanas?

―Fuiste tú misma ―dijo la anciana.

―Yo no elegí ser bruja.

―Ser bruja no es algo que se elige. Hay cosas en la vida que no se pueden elegir, cosas que no se pueden evitar. Yo no elegí ser quien soy, pero lo defiendo. Así nací, y no cambiaría nada en mí para agradar a los demás. Muchos buscan encajar siguiendo reglas ajenas. Por eso me critican, porque yo trazo mi camino. Y mientras más soy como yo, más como yo me siento. No finjo, no miento, soy libre. ¡Y que me llamen bruja!

―Pero ninguna niña iría con alguien como usted ―dijo Marcia.

―Una niña común, no ―dijo la hechicera―, pero estamos hablando de ti. Esa noche dormías junto a tus hermanas. Lancé un dado para determinar cuál vendría conmigo, pero no fue cuestión de azar; tú controlaste el resultado desde los sueños.

La hechicera extendió su mano de dedos anormalmente largos y ofreció a Marcia un dado de hueso:

―Inténtalo. Di un número y lánzalo. Verás que siempre sale el resultado que deseas.

La muchacha enunció varios números y siempre obtenía lo que pedía: «Tres, uno, cuatro…»; el dado cumplía su voluntad.

―Yo creo que usted es la que hace todo esto ―dijo la joven.

―Piensa el número y no lo digas. Verás que ocurre lo mismo.

La muchacha pensó un número, lanzó el dado y obtuvo un seis.

―Pensaste en el seis, ¿verdad? ―dijo la anciana.

―Sí. Es usted, ¡me está leyendo la mente!

―No, Marcia. Tengo muchos poderes, pero la telepatía no está entre ellos. Quizás tu puedas lograrlo, creo que el nuestro es de esos casos en los que la alumna supera a la maestra. Pronto lo sabrás.

―¡Jamás seré como usted!

Marcia abandonó la casa corriendo. La bruja quedó en su sillón sin poder ir detrás; tosía y se sentía demasiado débil. La joven se dirigió al sur con la esperanza de encontrar el pueblo en qué nació, pero allí no había caminos, y pronto se adentró en un bosque que se veía del mismo modo en cada dirección.

Corrió entre arbustos y árboles que apenas dejaban pasar la luz del sol. La tierra estaba húmeda, y sus pies descalzos enseguida se llenaron de barro. Horas más tarde tuvo hambre y sed, pero no había frutos ni arroyos a su alrededor. Oyó el cantar de los pájaros y el traquetear de las ardillas, y por momentos imaginaba cómo sería devorarlos.

Comenzó a oscurecer, y de pronto llegó a un poblado. Tuvo la sensación de que era el mismo en el que había nacido, pero no podía asegurarlo. Decidió entonces permanecer escondida, mientras pensaba qué decir a aquella gente para poder encontrar a su familia. En ese instante oyó un grito. Solo ella pudo oírlo, pues provenía de varios kilómetros de distancia; fue el grito final de la bruja.

Un hombre pasó cerca, pero no la vio. Marcia estuvo a punto de alzar la mano para saludarlo, pero entonces sintió espasmos en todo el cuerpo. En un instante su cabello se crispó, y sintió un dolor en las encías que se ennegrecieron hasta corromperle los dientes. Sus ojos se tiñeron de rojo y su lengua se volvió bífida cual reptil venenoso. Todo en ella estaba cambiando. Después, en lugar de saludar, apretó el puño con fuerza acumulando allí toda su ira. Marcia vio que su mano poseía dedos desproporcionadamente largos, y la abrió mostrando un dado de hueso.

«Que el azar decida si debo traer una peste a este condenado pueblo», murmuró la joven bruja. Sonrió mostrando sus pútridos colmillos y lanzó el dado al suelo, que rebotó varias veces hasta que la cara superior mostró un seis.




6 comentarios:

  1. Hola Federico, una espeluznante historia, que me hizo pensar en esa maldita pandemia creada por el hombre y que recientemente llenó de terror a la población mundial, pero a medida que leía y se desarrollaba la trama, iba ganando interés y desvelando otro derrotero si cabe más trágico y brutal, con esos médicos con oscuras intenciones, y esa malvada bruja que juega un papel principal.

    Un relato inquietante, nefasto y macabro en su contenido, definitivamente bien oscuro, sello de la casa, con un final malvadamente espectacular, lo he disfrutado mucho.

    Un abrazo de bruja y un fin de semana con dados de huesos de por medio, y que para nada se te aparezca el seis.

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    1. Hola, Harolina!

      Me alegra que hayas disfrutado mi cuento y que te haya parecido nefasto y macabro.
      Es cierto, tiene algo de lo vivido durante la cuarentena, solo de ese modo los padres pudieron estar tan desesperados como para aceptar a la bruja en su casa.

      Te agradezco el comentario y te mando un abrazo con mis manos de dedos desproporcionadamente largos. Seis abrazos mejor.

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  2. Marcia era más hija de la Bruja que de Catalina! Quien habrá elegido a quién? Fue elección de la bruja, de Marcia, del azar o del diablo?

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    1. Creo que no fue elección de ninguna de las dos; nacieron para eso. Lo importante es que Marcia es feliz llevando la peste a los hogares, y yo me alegro por ella.

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