martes, 3 de septiembre de 2024

EL ECO DE LOS MUERTOS





En el corazón del cementerio, donde las sombras bailan su vals macabro, Axel Vega caminaba a gusto entre los muertos. La grama congelada era un sendero de cristal; un farol que lo guiaba en su ambición desenfrenada.

La codicia de sus manos lo arrastraba a lo más profundo de los pecados, y con dedos maculados ultrajaba a los difuntos. Se hizo con reliquias, anillos y collares, y hasta objetos cuya estima solo mide en los recuerdos.

Los ángeles de piedra lo juzgaban: «Ladrón abominable», le decían, «No eres más que una serpiente desalmada». Pero nada detenía su codicia, que por dentro lo quemaba como llama funeraria.

Una noche se adentró por un panteón olvidado, con lujosas sepulturas hechas ruina. No había otra luz que de la luna. Y la pálida bruma era un sudario que cubría las lápidas caídas.

El aire era frío y estaba impregnado de hierba húmeda y ceniza. La respiración de Axel se aceleraba a medida que se acercaba al sitio indicado. Un ciego le había contado que allí sepultaron el tesoro de una vampiresa. Pero el anciano también le hizo saber que la bestia milenaria aborrecía a la entera humanidad, y maldecía a los incautos sellando sus destinos.

Axel, sin embargo, no creía en maldiciones, porque no creía en nada a lo que no pudiera colocar una etiqueta con el precio. Para él, la entidad legendaria no era más que un cúmulo de huesos.

Recorrió el descampado hasta hallar el mausoleo. La fachada de mármol estaba cubierta de hiedra, pero aún se veía una cruz invertida en lo alto. La cruz comenzó a latir, y le dijo al oído que allí estaba el tesoro.

Con un golpe de hacha rompió la cadena. Al ingresar, descubrió un ataúd solitario, grabado con runas que ardían en la penumbra. No había dudas; era el sarcófago de la vampira.

Alzó la tapa para apoderarse de las riquezas, pero solo encontró una criatura desnuda y momificada, consumida por su maldad.

El rostro de la vampiresa se movió, y abrió unas orbes amarillas. De sus labios agrietados emergió una voz que resonó como lamento de ultratumba: «¿Cómo osas enfrentar la oscuridad de mi reino, mortal? Aquí el tiempo se detiene, y puedo suspender tu vida y condenarte a una agonía interminable».

Un viento espectral cerró la puerta, y el corazón de Axel se hizo hielo.

*

Axel Vega ahora es un engendro de la noche, sentenciado a vagar por siempre el cementerio. Sus ojos no ven más que figuras oscuras. Sus pies hoy dan pasos circulares. Y sus oídos solo escuchan los susurros de los muertos. Así, recorre el lugar en ciclo de locura y desespero, buscando una salida que jamás encontrará.

El cadáver de la vampira también sigue allí, esperando con paciencia infinita a la próxima víctima que se atreva a despertarla, e interrumpir su descanso eterno.


3 comentarios:

  1. El ego de Axel, le pudo. Se creyó que podía hacer y obtener lo que quisiera, y al final obtuvo el peor castigo posible.
    Estupendo, Federico.
    Un abrazo.

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    Respuestas
    1. Hola, Irene!

      Así es; el eco acalló su ego.
      Muchas gracias por tu visita y comentario.

      Abrazo virtual y espectral

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  2. Excelente relato, sin duda has conseguido mantenerme en tensión. El uso que le has dado al cementerio y la figura de la vampiresa, me han trasladado al terror clásico.

    Un saludo.

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