viernes, 11 de octubre de 2024

EL LEGADO DEL TÍO BORIS





No puedo decir mucho sobre mi tío Boris. Él rara vez asistía a las reuniones familiares y, cuando lo hacía, no pasaba mucho tiempo antes de que se deslizara fuera de la habitación mientras nadie lo notaba. En aquellos breves encuentros, que podría contar con los dedos, Boris siempre vistió el mismo atuendo: sombrero pequeño, lentes oscuros y un sobretodo negro que le llegaba a los tobillos. Así se presentaba, aún en los días más calurosos, y se quedaba a solas en un rincón observando todo; sin más rasgos distintivos que su pequeña barba gris. Junto a su nombre, la palabra tío pesa lo que una sombra en una esquina.

En su funeral no éramos muchos, y tampoco esperábamos a más personas; jamás le conocimos un amigo o una novia. Solo asistimos algunos parientes, y creo que varios estaban allí únicamente a esperas de la herencia.

Ese día el cementerio estaba tan silencioso como lo era Boris. El viento no soplaba, las hojas estaban quietas y hasta los relojes dejaron de funcionar aquella tarde. A lo lejos, el calor dibujaba siluetas de árboles y arbustos. El párroco no dijo más que unas palabras de rutina; lo cierto es que nadie conoció a mi tío lo suficiente como para dar indicaciones para el discurso fúnebre. Pronto el cura se despidió con una breve plegaria: «Que el silencio de los héroes desconocidos tenga voz en el cielo, y su sacrificio resuene en la eternidad. Que sean abrazados por sus hermanos y por fin alcancen la paz».

Poco después de que el sacerdote se retirase vi emerger del horizonte a unos sujetos misteriosos vestidos de negro; cinco en total. Saludaron con un leve movimiento de cabeza, y se quedaron alejados, hablando entre sí e inspeccionando el lugar como acostumbraba hacerlo Boris. Luego de unos minutos se retiraron en forma tan disimulada como habían llegado.

Nosotros nos quedamos un rato más junto a su tumba, hasta que llegó la hora de encontrarnos con el notario para la lectura de la sucesión.


*


El testamento fue una verdadera sorpresa. Mi tío me había dejado todas sus pertenencias, incluyendo su valiosa mansión victoriana. Algunos manifestaron que debía repartir la herencia, pero sus deseos habían sido claros.

Esa misma tarde me dirigí a la casa. Era tan grande como la recordaba, e igual de tenebrosa. Por fuera las hiedras la habían conquistado casi por completo, trepando por sus columnas, apresándolas, y cubriendo sus paredes para llenarlas de moho y humedad.

La puerta estaba trabada y me dio trabajo abrir la cerradura; luego tuve que empujarla con el hombro para poder ingresar. Una vez adentro me sentí que estaba otra vez en un cementerio. El polvo y el silencio se manifestaban como una criatura viva, dando la sensación de que el lugar estaba deshabitado desde hacía una década. Las persianas bajas cubrían todo de una oscuridad pesada que hacía parecer a los muebles más antiguos de lo que eran. Di unos pasos haciendo crujir el piso de madera, y enseguida alguien se acercó a recibirme:

―¡Arturo! ―exclamé.

Era el perro de mi tío Boris. Lo había visto solo en una oportunidad, hacía diez años, pero era un compañero inolvidable; un perro grande, imponente; un dogo de Burdeos de pelaje corto, rojizo como un vino francés.

Arturo era tan reservado como su dueño, y aquel recibimiento no fue la excepción. Se acercó para olerme y luego subió a uno de los sillones para seguir descansando. Entendí que me había aceptado.

Recorrí la casa; mientras los recuerdos de haber estado allí volvían a mí como un sueño. Solo había ingresado una vez cuando era pequeño, y apenas logré llegar hasta la sala cuando Boris enseguida me dijo que me fuera. Lo mismo les pasó a mis primos. Hemos conversado sobre la experiencia de ir a esa mansión y del miedo que nos provocaba, y recuerdo leyendas como que una vez las manos de mi tío estaban ensangrentadas, o que lo vieron sin su sobretodo, y tenía los brazos y el cuello repletos de cicatrices. Hubo un tiempo en que pensé que aquellas no eran más que mentiras que se cuentan los niños; hoy creo que surgieron de un sitio verdadero.

Mientras exploraba, en uno de los pasillos encontré un enorme armario de estilo Luis XV, de madera tallada a mano. Al abrirlo encontré una imagen que me heló la sangre. Allí, colgados en fila, había una docena de sobretodos negros idénticos, cada uno con el mismo corte y textura que el que mi tío Boris siempre llevaba. Lo que me resultó aún más inquietante fue que parecían ser de mi talla. Fue en ese momento que noté que yo había heredado también su estatura y complexión. Sentí un escalofrío al imaginar que podía ponérmelos, que podía parecerme a él en algo más que solo el parentesco. Extendí la mano para tocar la tela, y entonces sentí que la presencia de mi tío se cerraba alrededor de mí, como una sombra que me envolvía.

Continué avanzando hasta llegar a una gran habitación; era el dormitorio principal. Su habitación, mía ahora, no se veía más acogedora que los aposentos de un vampiro. En el centro había una cama gótica, y del techo colgaba una enorme araña de bronce. Alrededor vi media docena de candelabros con velas rojas derretidas. Intenté encender la luz, pero no funcionó. Imaginé entonces que mi tío se acostaba a dormir iluminado por la tenue luz de las velas, haciendo que el lugar pareciera la recamara de un castillo medieval.

Lo siguiente que visité fue la biblioteca. Ocultismo, nigromancia, demonología; sentí que no volvería a ser el mismo tras cruzar la puerta. Los estantes llegaban hasta el techo, y estaban repletos de tomos y adornos antiguos. En un rincón vi una chimenea de hierro con el rostro de una gárgola congelada en un grito eterno. El silencio era absoluto, como si la biblioteca estuviera encapsulada en una burbuja. La luz de las lámparas bañaba todo de un color amarillento, empujando poco a poco la oscuridad hacia los rincones. Revisé los libros y encontré algunos con cubiertas de cuero, que al tacto parecían más piel humana que animal, otros tomos estaban escritos en alfabetos completamente desconocidos para mí, y también encontré varias versiones de la Biblia.

A pesar de lo siniestro del lugar, decidí mudarme de inmediato. Una mansión regalada era demasiado buena como para andar encontrándole defectos, sobre todo considerando que yo ya estaba un poco mayor para seguir viviendo con mi madre.

Esa tarde sacié muchas de mis curiosidades, y comencé a descifrar el enigma que envolvía a mi pariente. Yo era el nuevo dueño de sus pertenencias, y también de sus secretos.


*


La primera noche me costó dormir, la casa hacía ruidos a causa de los materiales que se enfriaban tras la caída del sol. La mansión entera respiraba un quejido sibilante, mientras el viento movía las hiedras que chocaban con las ventanas. Tras dar muchas vueltas en la cama decidí seguir explorando.

Regresé a la biblioteca; sin duda el sitio preferido de mi tío. Encendí las luces y sentí su presencia como en ninguna otra habitación. Noté que allí había varias tazas y platos vacíos, de las cenas que tuvo mientras desentrañaba los misterios del universo con la ayuda de sus libros arcanos.

De pronto me di cuenta de que en la parte superior de unos estantes había una sombra desigual. Me acerqué, y al quitar algunos libros mal acomodados hallé un viejo pasador oxidado. Entonces se abrió una puerta secreta. Al cruzarla ingresé a un pasillo estrecho y oscuro. El aire estaba viciado, y las altas paredes se acercaban entre sí con cada paso que daba.

Mientras avanzaba por el pasillo, comencé a escuchar susurros débiles que parecían venir de detrás de las paredes. No podía distinguir lo que decían, pero me sentí observado. En ese momento las luces se apagaron y quedé en completa oscuridad.

Intenté regresar, pero la puerta se había cerrado detrás de mí. Estaba atrapado. Los susurros se hicieron más fuertes y pude sentir una presencia a mi alrededor.

Escuché un gruñido bajo y sordo, proveniente de un lugar en el que la oscuridad era más intensa. Quise correr, pero mis pies estaban pesados, como si estuvieran anclados al suelo. La presencia se acercó más y podía sentir su aliento en mi rostro. Pero entonces todo se detuvo. Las luces se encendieron y la puerta se abrió por sí sola.

Regresé a la biblioteca temblando de miedo. No sabía qué había pasado en ese pasillo, pero sabía que no quería volver a experimentarlo; aún no estaba listo para enfrentar lo que se escondía en las sombras de la mansión.


*


La siguiente noche desperté con la sensación de que alguien estaba en mi habitación. Cuando encendí la lámpara a mi lado, vi a Arturo sentado en una silla al pie de la cama, mirándome sin parpadear.

Le hablé, con calma al principio:

―Arturo, ¿estás bien?

Pero él permaneció inmóvil.

Le grité, y aun así no se inmutó.

―¿Qué te pasa, Arturo?

Su mirada intensa me incomodaba, pero lo cierto es que siempre me gustaron los perros, y la situación no me dio miedo, sino que estaba más bien preocupado por su salud.

Llegué a pensar que aquello era un sueño, y me levanté de la cama para acercarme a él. Acaricié su pelaje suave y cálido; Arturo estaba allí, en carne y hueso.

De repente se levantó y salió de la habitación sin pérdida de tiempo. Me quedé sentado, y ya no pude volver a conciliar el sueño. La experiencia me dejó con una sensación de inquietud y curiosidad. ¿Qué le había sucedido a Arturo? ¿Acaso deseaba comunicarme algo? ¿Qué secretos conocía el perro de mi tío Boris?


*


La noche siguiente ocurrió algo de verdad aterrador. Me desperté con la sensación de que algo estaba directamente encima de mi cama y absorbía todo el aire a mi alrededor. Al abrir los ojos, vi a mi tío Boris con su rostro a centímetros del mío, echándome todo su aliento frío en la cara. Estaba flotando en el aire, y su aspecto era el de alguien que emergió de su tumba. Tenía los ojos completamente negros, y su piel estaba pálida y resquebrajada, como cubierta de una capa de ceniza. Intentó hablarme, pero su voz era un susurro inentendible. Yo había perdido todos los sentidos a causa del miedo; estaba paralizado, y solo podía sentir mi corazón latiendo con fuerza. Volví a enfocar la mirada en la figura de mi tío y esta comenzó a cambiar de forma. Su rostro se estiró y se convirtió en una criatura grotesca con ojos rojos brillantes, iluminados por una pequeña llama interior. Todo a su alrededor se convirtió en una nube oscura de moscas pestilentes. Entonces se acercó a mí oído y me habló con una voz que sonó como un cuchillo: «Eres el próximo».

Tras decirme eso, un olor a muerte llenó el lugar. Su cuerpo comenzó a descomponerse, y su carne se desprendió dejándole los huesos a la vista.

Toda la putrefacción cayó encima de mí, y un instante después desperté a los gritos, empapado en sudor.

Intenté secarme con una toalla, pero era imposible, aquel sudor era denso y viscoso, como nunca me había ocurrido. Debí darme un baño, y aún así la toalla se seguía pegando a la sustancia gelatinosa que tenía adherida a la piel.


*


Al día siguiente decidí revisar de nuevo la biblioteca; estaba convencido de que allí encontraría alguna clave de lo que mi tío ocultaba. Entonces hallé un álbum familiar. Comencé a hojearlo desde la última página, y solo unas pocas fotografías eran a color; enseguida pasé a la sección color sepia.

No vi imágenes mías ni de mis primos, solo había una de mi madre de pequeña; los parientes que allí estaban retratados habían fallecido hacía mucho tiempo. Vi, entre otras personas, a mis abuelos, a quienes no conocí en vida, pero no supe quiénes eran los demás. Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue que en varias de esas imágenes había un hombre misterioso, vestido con un sobretodo negro, de estilo de los que usaba mi tío Boris. Era como si cada generación hubiese tenido su familiar sombrío; un alma atormentada; una "oveja negra". También noté que había un personaje que se repetía, inmune al paso del tiempo, y ese era Arturo. Primero quise convencerme de que eran perros diferentes, de la misma raza, pero no había dudas, era él, y en todas estaba del mismo tamaño y con la misma mirada.

Mientras comparaba dos imágenes de él de épocas distintas, una fotografía cayó al suelo. Al recogerla vi que era otro retrato del dogo. Estaba en blanco y negro, y lo acompañaba un sujeto inquietante sentado en un sillón colonial, que usaba un bigote grande y vestimenta de hace más de un siglo. Arturo ya era un perro adulto, imponente, y hasta podría decirse que ya era viejo. Aquella criatura siempre formó parte de mi familia, como una herencia maldita de antigüedad insondable.

Di vuelta la fotografía, esperando ver alguna pista, y al otro lado había una sola palabra escrita: "Orutt".

En ese momento recordé la forma en que Arturo me había mirado cuando entré a la casa por primera vez tras la muerte de mi tío. El perro no solo había aprobado mi presencia allí, él me había estado esperando; él sabía que yo iría a vivir a ese lugar.

Dejé el álbum y fui a buscarlo, pero no lo encontré en ninguna parte. Fue entonces cuando me asomé a la ventana y lo vi enterrando algo en el fondo del jardín. Mi corazón se aceleró al pensar en qué podría ser.

Apenas vi al perro ingresar a la casa, salí con una pala y comencé a desenterrar lo que había dejado allí.

Poco después di con los restos de una persona. Eran huesos, pero se notaba que estaban frescos, y cubiertos de una sustancia que me recordó a la noche en que soñé con mi tío. Miré a mi alrededor y noté que en todas partes la tierra había sido removida; estaba claro que aquel no era el único cadáver.

Más cavaba y más cuerpos encontraba; desenterré no menos de treinta esqueletos, aunque sé que habría encontrado cientos de haber continuado.


*


Algo en mi interior comienza a tomar forma, es una verdad inexorable que me negaba a aceptar. Mi tío Boris, con su mirada distante y su presencia enigmática, era de ese modo a causa del peso de un secreto. Él nos estaba protegiendo. Durante décadas se hizo cargo del mejor modo que pudo de contener a la bestia, y no fue el primero. Arturo, conocido en el inframundo como Orutt, ha sido una presencia oscura que acechó la humanidad durante siglos, alimentándose del miedo y la sangre de generaciones enteras. Ahora, que la sombra de la bestia se cierne sobre mí, conozco la verdadera medida de ese peso.

Hoy veo a Arturo prepararse para devorar una nueva víctima, y veo su cráneo abrirse a la mitad como las fauces de un abismo infernal. Y mientras cientos de colmillos surgen de su segunda mandíbula, solo me queda elegir. Elegir quién será el siguiente, quién será el sacrificado para calmar su apetito perpetuo. ¿Un extraño en la calle? ¿Alguien cercano? ¿Un criminal? La elección es mía, y también la condena.

Solo una plegaria me queda: "Que el silencio de los héroes desconocidos tenga voz en el cielo, y su sacrificio resuene en la eternidad. Que sean abrazados por sus hermanos y por fin alcancen la paz".



FIN

2 comentarios:

  1. La manera con la cual describes la mansión victoriana, el silencio opresivo y los objetos inquietantes logrando así una atmósfera realmente misteriosa, me recuerda mucho a los módulos de los juegos de rol ambientados en la llamada de cthulhu. De hecho en cierta medida, Arturo me ha recordado a los perros de tindalos presentes en la obra de Lovecraft.

    También me ha parecido sorprendente que tras esa apariencia tan normal, de algún modo tirando a lord inglés, que parece tener el tío Boris, este se dedicará asemejante misión o cometido.

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    1. Hola, Lucreru

      Usted sí sabe. Más allá del enfoque en la soledad de Boris y su sobrino, quería que la historia fuese como un primer pequeño capítulo de un horror cósmico de corte lovecraftiano.

      Gracias por el comentario.

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