En lo más negro de la penumbra,
cuando la luz no es más que un recuerdo,
incluso el gris parece resplandecer.
De lejos, la fábrica parecía un espejismo. Todos fueron en busca de empleo a aquel enorme poliedro en medio del desierto. Todos, creyeron que aquella empresa podría salvar una ciudad que había perdido su nombre. El primer día cientos, miles de almas suplicantes, comenzaron a trabajar allí ignorando todas las señales; incluso a mí me cegó por un momento.
Respondieron mi solicitud de inmediato, tal vez incluso antes de enviarla. Recuerdo haber llenado el extenso formulario hasta que sus líneas danzaron frente a mí. Me equivoqué al poner uno de mis datos, y lo taché con un garabato nervioso. A pesar de eso no hubo problema. Su interés era genuino, pues me perdonaron todos los errores.
El día llegó, y me uní a la larga fila hacia la entrada. El sol aún no había despertado, y el lugar era iluminado por unos potentes reflectores. Marchamos por aquel sendero con altas cercas a ambos lados, coronadas por una espiral de alambre de navajas. Al principio íbamos tropezando entre nosotros, luego, con cada paso, fuimos encontrando el compás. Mientras avanzábamos éramos apuntados por guardias de seguridad, y para camuflarnos ante ellos, debimos convertirnos en una sola criatura; un invertebrado con cientos, miles de pares de zapatos moviéndose al unísono.
La puerta de entrada era estrecha, por lo que ingresamos de uno en uno, pero tenía la altura de tres hombres, y se perdía en el firmamento convertida en una sombra. Nadie conversaba, nadie murmuraba, y yo marchaba temeroso de llamar la atención, formando parte de aquella monstruosidad carente de voluntad y rostro.
Intenté hacer amigos allí dentro, pero aquello fue un regar flores de plástico. Mis compañeros estaban demasiado enfocados en sus puestos, y ni siquiera desviaban la mirada de los botones y palancas.
En un momento me incliné hacia el sujeto que tenía al lado:
—Psss… ¿Qué se supone que estamos fabricando en este lugar?
Él alzó los hombros en señal de ignorancia.
Ninguno de nosotros sabía lo que allí producíamos. Una interminable cinta traía a nuestro sector unos artículos envueltos en una bolsa negra sellada. La cinta los traía uno tras otro, y nosotros, los del sector F6, debíamos guardarlos en cajas y enviarlos al área siguiente. La etiqueta no tenía más que un número de serie, que ni siquiera seguía un orden específico. Solo sé que cada hora guardaba cientos, miles de productos tan anónimos como lo era yo en ese lugar.
Intenté descifrar lo que había dentro de esas bolsas. Era pesado y frío, como de metal, y no tenía partes móviles. Pero cada vez que me tomaba un instante intentando dilucidar de qué se trataba, alguno de los guardias armados me llamaba la atención por tardar demasiado, y me apuntaba con su arma para que dejara de perder su valioso tiempo. Solo llegué a una conclusión: todos los productos eran iguales.
Yo era el único que se preocupaba por esas cosas en ese lugar; los demás solo arrastraban los pies al caminar, como si sus cuerpos pesaran el doble de lo normal, y los veía con la piel más pálida cada día, y ojos negros como el carbón.
Un dia ingresó a trabajar a la planta un viejo amigo llamado Rivenn. Me alegré mucho por ello, ya que tendría alguien con quien conversar, sobre todo porque a él también lo enviaron al sector F6. Rivenn enseguida se interesó por saber sobre el lugar y su producción. Esa primera jornada me preguntó qué era aquello que guardábamos en cajas y qué hacían con ellas al otro lado de la cortina negra, en el sector F7. Yo llevaba trabajando varias semanas, pero no pude responder a nada de lo que él me preguntaba. Tampoco hubo tiempo para respuestas; al día siguiente lo reubicaron al sector F2, y volví a rodearme de soledad y muerte.
Los días pasaron y una mañana volví a ver a Rivenn; si es que aún podía llamarlo de ese modo. Caminaba arrastrando los pies, tenía la piel pálida y los ojos negros como el carbón. Lo saludé, pero dejó mi mano en espera, y ni siquiera alzó la mirada. Cuando comenzamos a alejarnos, al dirigirnos cada uno a su sector, giró la cabeza y me habló con un hilo de voz:
—F7.
Intenté acercarme a él otra vez pero enseguida un guardia me apuntó por desviarme de mi camino. Le hice caso, pero estaba decidido a seguir la pista de mi amigo.
Esa tarde intercambié lugares con mis compañeros que estaban sobre el final de mi sector. Fue fácil, tan fácil como sujetar un maniquí por los hombros y moverlo en el momento justo en que los engranajes de la cinta hacían un ruido repetitivo debido a su desgaste.
Cuando fui el último de la línea me deslicé por debajo de la cortina plástica que limitaba con el sector F7.
Allí descubrí una hilera de trabajadores, iguales a mis compañeros de sección. Ellos se veían igual de mal alimentados, pálidos, con ojos negros, trabajando sin gesticular. Pero a diferencia de nosostros, que guardábamos los productos en cajas, ellos tenían unas masas con mangos largos, y su tarea consistía en golpear esas cajas. Al final de su línea había una caldera, donde las cajas abolladas eran reducidas a cenizas.
Enseguida volví a mi puesto de trabajo. Apenas podía respirar. Pensé en contar a mis compañeros lo que acababa de ver, pero no me habrían escuchado.
Al día siguiente, al despertar, mi cuerpo pesaba el doble de lo normal, y apenas logré levantarme de la cama. Al dar el primer paso caí al suelo, y llegué al baño arrastrándome. Me puse de pie tras un gran esfuerzo y al mirarme en el espejo me vi pálido, y noté que mis ojos habían cambiado; estaban ennegreciendo. Fui entonces a trabajar como siempre, rodeado de la misma soledad y muerte, pero ese día ya no me sentí tan solo, ese día ya no me sentí tan muerto.
Mi transformación ha comenzado.
FIN
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