Hace mucho tiempo, pero no el suficiente como para que aquella época dejara de correr por nuestras venas, existió un hombre al que encerraron en una caverna durante veinte años. Su nombre era Jacob.
En el acta de la condena no quedó claro si lo acusaron por sus creencias religiosas, sus preferencias sexuales o por su raza; ya que pusieron todo junto para que la suma de esas razones pudiera parecer importante. Se trataba además de una época confusa debido a una gran guerra, y el país en donde Jacob nació había elegido el bando equivocado.
La caverna a la que fue enviado no era más que eso: una caverna, un hueco en la piedra, un lugar lleno de insectos y de humedad. Allí solo había una robusta mesa de patas de granito y gruesas tablas de madera.
Durante su condena sólo vio a una persona: un guardia que cubría su rostro con una máscara roja con una sonrisa pintada.
La dieta diaria de Jacob era siempre la misma. El guardia le llevaba una vez al día una ración de puré de lentejas; un alimento que, si lo dejaba secar, superaba al más poderoso pegamento instantáneo de la actualidad. Jamás le dio cubiertos, y Jacob debía comer con las manos.
El guardia le pasaba el plato a través de una apertura que había en medio de la puerta casi al ras del suelo. No le avisaba cuando se lo iba a dar, sino que lo lanzaba con desdén, derramando parte de la comida.
Una mañana el guardia golpeó la puerta de la caverna; o tal vez fue a la tarde, imposible determinarlo porque Jacob no contaba con un reloj. Dio tres golpes con intervalos de varios segundos entre ellos, suficientes para indicar sarcasmo. Pasó su mano junto con un plato de puré de lentejas; esa mano cubierta por un guante de cuero negro que Jacob tanto odiaba. Cuando parecía que iba a soltar el plato, el guardia volteó la mano dejando caer todo el alimento al suelo.
―¡No voy a comer eso! ―gritó Jacob desde su celda de piedra―. Aún conservo mi dignidad. ¡Prefiero morir de inanición!
―Pues muérete entonces, adefesio ―dijo el guardia desde el otro lado de la puerta.
La estrategia de Jacob pareció tener éxito, pues durante varias semanas, el guardia continuó alimentándolo como lo hacía antes. Sin embargo, en otra oportunidad y sin que haya ningún motivo aparente, volvió a jugarle la misma broma. Jacob no dijo nada esa vez y recogió la parte superior de la comida –la que no había tocado el suelo–, y la comió de mala gana. Al día siguiente el guardia hizo lo mismo. Continuó haciéndolo hasta que Jacob comió todo el alimento directamente del suelo; escogiendo no cuestionarse sobre la dignidad de comer de ese modo.
En ocasiones, y sin ningún motivo aparente, el guardia volvía a pasarle el alimento dentro del plato, y el prisionero se alegraba cuando aquello ocurría. Muchos podrán pensar que comer un puré de lentejas en un plato sucio no es motivo de felicidad, pero la felicidad es relativa.
Una noche el carcelero abrió la puerta y, sin decir palabra, le propició una golpiza. Jacob terminó inconsciente, y al despertar no supo si se había tratado o no de un sueño. Al tocar su rostro, la sangre fresca y el dolor ante el menor tacto le indicaron que sí había ocurrido en verdad.
Aquella vez Jacob se quedó horas sentado en el suelo, perdido en una plataforma de pensamientos vacíos, cuando de pronto observó que a uno de los soportes de la mesa le faltaba un tornillo. Se acercó y notó que podía mover aquella pequeña planchuela metálica al empujarla con la mano. Comenzó entonces a girar el soporte, hacia un lado y hacia el otro, hasta que el único tornillo que la sujetaba giró unos pocos grados. Con su uña carcomida por la humedad de la caverna, intentó desenroscar el tornillo, lastimando aún más la punta de su dedo. Su índice sangraba, por lo que cambió de dedo. Pronto, una línea de sangre llenó el espacio entre la uña y la piel, pero Jacob no cedió ante el dolor y logró desenroscar el tornillo. Así logró sacar el soporte que sería su herramienta más importante dentro de la prisión.
Con la planchuela metálica realizó cortes en la mesa, obteniendo pequeñas varillas. Cortó miles de trozos no más grande que un palillo de dientes, uno por uno, todos del mismo tamaño. Realizó la labor con sumo cuidado, tomándose el tiempo necesario para que quedaran perfectos, pues tiempo era lo único que tenía de sobra en aquella caverna. Todos los días guardaba parte del puré que le servían en su ración diaria, para poder pegar con él los palillos. Lo dejaba secar algunas horas para que se pusiera duro y pegajoso –aunque no le era necesario esperar por mucho tiempo.
Durante veinte años fue cortando y pegando palillos con sumo cuidado, venciendo la poca luz, la humedad y los insectos que había en la caverna. Armó primero unos poderosos pies, que se apoyaron con firmeza sobre el suelo de piedra desnuda. Siguió luego con unas piernas fuertes, posicionadas en forma tal que repartiera el peso de manera equitativa en cada una de ellas. La cintura serviría como centro de equilibrio, y construyó sobre ella un torso musculoso digno de la rigidez que tendría la obra. Le hizo brazos y rostro humano, luego le hizo unas enormes alas, pues su escultura no era la de un hombre; Jacob había hecho un ángel.
El guardia volvió a entrar a la celda luego de muchos años y observó la escultura:
―¿Acaso te crees artista, adefesio?
El prisionero adoraba a su ángel, era lo único que había de bueno en su mundo. A partir de la nada, había logrado crear algo hermoso. La obra era, sin dudas, la más maravillosa escultura jamás creada. Pero el guardia sintió envidia de aquella creación, porque él nunca supo crear nada en su vida. Fue entonces cuando ingresó a la caverna con una espada. Jacob se cubrió el rostro pensando que recibiría una nueva golpiza, pero el ser de la máscara golpeó la escultura del ángel, derribándola al suelo. Siguió destruyendo la obra hasta en cuestión de segundos destruyó por completo algo que había requerido de veinte años en ce solo quedaron restos sin forma, mientras Jacob derramaba las últimas lágrimas que quedaban en su interior.
Luego de llevar los restos, revisó la caverna y encontró el soporte de madera con el cual había cortado los palillos con los que creó la obra.
―A partir de ahora recibirás media ración de puré ―dijo el guardia―; es evidente que no necesitas comer tanto, adefesio.
Pocos días después algo sucedió. Algunos dicen que ocurrió una revolución, otros dicen que fue a causa de un nuevo líder…; lo importante es que la guerra terminó y Jacob fue liberado.
El guardia le abrió la puerta de la caverna y le dijo que era libre. Cuando Jacob salió, le entregó un tenedor y un cuchillo:
―Toma, olvidé dártelos hace veinte años. Espero que me perdones, adefesio.
Jacob sujetó el cuchillo a pocos centímetros del abdomen del guardia. Vio la máscara, y por un instante sintió que la sonrisa pintada estaba más grande que nunca. El rostro del prisionero era una desgracia de gestos nerviosos, y sus temblorosas manos terminaron dejando caer el cuchillo al suelo.
―¿Por dónde… es… la salida? –preguntó.
―Ven por aquí, quiero mostrarte algo ―dijo el hombre de la máscara.
El carcelero lo guió a una habitación en la que había un ángel de madera, también hecho de palillos. Sin embargo, aquella obra no se parecía ni en forma remota a la de Jacob. No era perfecto, no era balanceado; no tenía vida.
―Mucho mejor que el ángel que tú has hecho, ¿verdad, adefesio?
―Sí… ―dijo Jacob.
El guardia le entregó una lanza de metal:
―Te daré el honor de terminar la obra. Ponle la lanza en la mano, como símbolo del poder que estuvo a cargo de la República durante los últimos veinte años.
Muchas personas habían perdido cosas materiales en esas dos décadas, muchos habían hecho esfuerzos que no rindieron frutos, y hasta hubo quienes perdieron a sus seres más queridos, pero Jacob había perdido algo más.
Y entonces, mientras la luz solar iluminaba sus arrugas y lastimaba sus ojos acostumbrados a la oscuridad de la caverna, “Adefesio” ubicó la lanza en la mano del ángel para completar la escultura.
Fantastico, brutal, me ha encantado.
ResponderBorrarMe quedo con tu frase "la felicidad es relativa."
Es como el fragmento de "La vida es sueño" de Calderon, donde un sabio que se creia el más desgraciado del mundo recogía hiervas, tiraba las que no estaban bien, y cuando se dio la vuelta vío a otro sabio aún más desgraciado recogiendo las que el tiraba.
El otro plano que yo acierto a comprender, el del poder del mediocre, me parece sumamente bien tratado.
No sigo, que si no paso de las 400 palabras...Jajaja.
Un abrazo
Me alegro mucho de que te haya parecido así mi relato, Oscar.
BorrarConsidero a esa frase que dices como una de las más importantes del cuento; me alegra que la destacaras.
Muchas gracias por el comentario. ¡Abrazo!
Surrealismo, tragedia y la sumisión impuesta como método, al ser humano cuando pierde su norte, se le quiebra con facilidad, se le puede imponer una nueva condición como si siempre hubiese sido su signo.. Excelente, maestro Federico, un relato bien logrado y con mucho para reflexionar. Por cierto, hermano, en la linea que comienza con «Luego de llevar los restos, revisó la caverna...», la palabra "encontró" esta repetida, para que sepas. Un abrazo!
ResponderBorrarMuchas gracias por tu atenta lectura y comentario, hermano.
BorrarAcertada reflexión la tuya.
Corregí el error, gracias :)
Abrazo, Alonso!
Un gran relato, en el que nos muestras la mezquindad humana en todo su esplendor. La envidia es uno de los peores sentimientos del ser humano, entre otros.
ResponderBorrarComo Óscar me quedo con la frase: la felicidad es relativa.
Un abrazo.
Así es, María; ese es uno de los ejes del relato.
BorrarGracias por el comentario, amiga.
Abrazo!
Monumental relato, tantas capas como instantes que invitan a una profunda reflexión sobre las motivaciones y las debilidades del ser humano, sobrevivir o vivir. Un cuento sensacional mi buen amigo de las letras.
ResponderBorrarAbrazo, Federico.
Muchas gracias, Edgar.
BorrarMe alegra que así te haya parecido, amigo de las letras.
¡Abrazo!
Vaya he sentido una rabia enorme por tu personaje y a la vez admiración. Paciente, después de ser maltratado durante años y con la oportunidad de vengarse de su captor con el cuchillo o incluso la lanza y no, simplemente obedece al guardia incluso al ver su obra mancillada....
ResponderBorrarMe ha gustado Federico y has hecho que me altere de indignación por tu personaje!!jeje
Un saludo ;)
Me alegro de haberte alterado de indignación, Agustín; era uno de mis objetivos con este relato :)
BorrarMuchas gracias por el comentario.
¡Un saludo!
Angustiante relato que muestra el sufrimiento y crueldad humana. La imagen de la escultura del ángel me fascinó.
ResponderBorrarGracias por el comentario, mi tenebroso amigo.
BorrarMe alegro de haberte angustiado.
Me he sentido entre indignada y entristecida.
ResponderBorrarMuy bien relatado Federico, ese personaje nauseabundo que abusa del poder, humillando todo lo que puede, te lleva a la reflexión sobre el ser humano que en situaciones de poder abusa del otro, que rasgo más terrible y odioso.
El pobre prisionero enternece intentando sobrevivir mientra construye ese ángel hermoso. Has conseguido que esperara que le clavara los cubiertos una y mil veces a ese malnacido.
Buen relato sobre lo peor del ser humano.
Un saludo
Me alegro de haberte indignado y entristecido con mi relato, Conxita; esos eran unos de mis principales objetivos.
BorrarYo también llegue a esperar que le clavara los cubiertos al guardia.
Muchas gracias por el comentario.
Un saludo!
Al leerte no pude evitar pensar en Nelson Mandela, su injusto encarcelamiento, la crueldad del carcelero, si soledad y como doblegó su caracter, es cierto que perdió mucho, pero fue necesario para ganarse la admiración del personaje cruel que solo se ve retratado en Jacob, que ejerce su venganza en él, pues antes que Jacob, el que estuvo encarcelado en ese lugar fue él,y al igual que Jacob creó un angel, su esperanza de salvacion y tambien se ensañaron con él, no usaba mascara, ese era su rostro, era un adefesio y llamaba asi a Jacob porque asi lo llamaban a él, por eso al ver su rostro Jacob se puso tan nervioso, no salia de su asombro y pudo ver reflejado todo su dolor, no tuvo coraje para terminar la obra y matarlo como se lo pidio el carcelero y como bien dices al final "Adefesio", que en realidad era el carcelero coloco la lanza en la mano del angel y se
ResponderBorrarmato, terminé su escultura y con ella su sufrimiento, ambos consiguieron por fin su libertad. Jacob perdio mucho pero pienso que tambien ganó una gran batalla al igual que mandela, aprendió a doblegar su orgullo, a domar el caracter, fortaleció su espiritu y tuvo la oportunidad de conocer el perdón que es la única arma que te puede liberar.
Tremendo relato nos regalas Federico, el drama humano en su maxima expresión de dolor, odio, soledad, sumisión, perdón y liberación. Sencillamente me encantó este consomé de emociones reprimidas, disfrazadas y transformadas, digno de ser humano como te percibo, noble, de espiritu guerrero y misterioso con inclinación a trascender a través de relatos oscuros, del terror.
Ha sido un enorme placer pasar un rato en esa cueva y sufrir con los dos, para luego alegrarme por la libertad de Jacob y la liberación del alma de "Adefesio", ambos terminaron felices, "la felicidad es relativa", como bien expresas como plato fuerte de tu relato .
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Muy interesante tu interpretación acerca de un ciclo entre prisioneros y carceleros.
BorrarTe agradezco, como siempre, las amables palabras que dejas en mi blog, Harolina.
Es siempre una alegría leer tus comentarios, aún siendo la felicidad tan relativa.
Un saludo!
Muy buen relato sobre la dignidad de la personas y lo que podemos llegar a perder en determinadas circunstancias!
ResponderBorrarMe alegra mucho que te haya parecido así, Yolanda. Acertado comentario; la pérdida de la dignidad es central en este relato.
Borrar¡Pero qué rabia de guardia! Desde luego, se debió quedar a gusto al destrozar el ángel de Jacob solo por su envidia, con el trabajo que le llevó, pobre hombre... Si te soy sincera, quizá hubiera bajado el cuchillo como él cuando le da los cubiertos después de obligarle a comer del suelo, pero la lanza...
ResponderBorrarUn gran relato donde nos enseñas la mezquindad más ruin del hombre. Felicidades :)
¡Abrazo!
A mí también me hizo rabiar el guardia, Carmen.
BorrarMuchas gracias por el comentario, amiga.
¡Un abrazo!
Que grandeza la de Jacob soportar tanta locura, Excelente! tu relato,
ResponderBorrarAsí es, era un grande Jacob; solo que mataron su espíritu con tanto maltrato físico, verbal y psicológico.
BorrarMuchas gracias por el comentario, Raquel!
Éste ha sido uno de los mas tristes y trágicos que he leído de tus relatos. Un hombre que no se sabe qye mal hizo, pero pago con creces durante muchos años. Así como un carcelero libre pero que era preso en su interior pues no era feliz.
ResponderBorrarAdmiraba al preso que quiso ser como y la bondad del preso le dió el gusto de hacerlo sentir bien. No se. Esa fue mi percepción. Tal vez no entendí nada. ;-)
¡saludos!
Muy buena la lectura que hiciste, Sofía.
BorrarSe puede tomar como una metáfora y cada uno tendrá su versión; yo tengo la mía.
Gracias por tu comentario que le da una pequeña alegría a este triste y trágico relato.
Saludos!