martes, 23 de enero de 2024

EL MALIGNO





Pasaron tres meses y veintiséis días, y no me siento mejor. Por las noches despierto a los gritos, empapado en sudor, y el dolor en mi pierna se ha vuelto insoportable. Me esfuerzo al máximo en las sesiones de rehabilitación, mientras los médicos me dicen que eso tomará tiempo. Pero no tengo tiempo, porque los días pasan, que más que avanzar, transcurren en cuenta regresiva.

He contado esta historia a la policía, pero los del distrito están claramente comprados, o más bien, están aterrados. Cuando fui a hablarles me di cuenta de que no me ayudarían y que, si insistía, sería yo quien terminaría deteniendo. Me dirigí a otras comisarías, y todas dicen que el caso no pertenece a su jurisdicción. Debo, por tanto, arriesgarme a ir solo, como la primera vez que fui a ese lugar.

Ocurrió un viernes. Yo viajaba a Santa Fe al cumpleaños de mi sobrino. Mi hermana llevaba tiempo insistiéndome que fuera a visitarla; desde que se casó y fue madre, solo la había visto en dos oportunidades. Aquel fin de semana largo sería el momento propicio para ver lo mucho que había crecido el niño. Le había comprado una motocicleta de juguete, que más que juguete era una réplica exacta de una Axl Jokerson 250; la misma que utilizaba el temerario Gunner.

Llevé mi maleta al trabajo para ir directo desde allí. Mi intención era llegar a la fiesta antes del anochecer, pero el tránsito del viernes me obstaculizó la salida de la ciudad, además, apenas tomé la ruta se desató una tormenta, y debí aminorar la marcha.

De pronto, en medio del camino, vi un árbol atravesado; fue entonces cuando la pesadilla comenzó.

Bajé de mi automóvil y observé que me sería imposible cruzarlo; el tronco estaba acostado en forma perpendicular a la calle, y esquivarlo implicaba meterme en el lodo que a esa altura era más fácil de cruzar en bote. Revisé el GPS y encontré una ruta secundaria a pocos metros por la que no me desviaría demasiado.

Conduje casi una hora por ese camino sin cruzar persona alguna. Alrededor todo era plantaciones de maíz, tanto como lo permitía la vista, pero de pronto me vi envuelto por unos árboles que se cerraban formando un túnel.

Ya había comenzado a oscurecer cuando crucé un segundo árbol derribado sobre el asfalto. Esa vez lo pude esquivar y seguir, pero al pasar junto a él algo llamó mi atención. Se trataba de un cráneo asomado entre las ramas. Me pareció que era la cabeza de una cabra con símbolos pintados en rojo y largos cuernos. Aquello me distrajo un instante y choqué con algo que me hizo perder el control del vehículo. Caí a una zanja y al golpearme perdí el conocimiento.

Desperté en una cama que no era la mía. Mi vista comenzó a aclararse de a poco y pude mirar a mi alrededor. Se trataba de un dormitorio con paredes de madera. Todo el lugar parecía de otro tiempo. No había televisor, ventilador ni ningún aparato eléctrico, incluso había una lámpara de aceite sobre la mesa de luz.

Al ponerme de pie sentí un fuerte dolor en la pierna izquierda. Entendí que me había lastimado en el accidente, y alguien me había vendado desde la rodilla hasta el tobillo. Caminé con dificultad para buscar mi bolso, que estaba junto a la ventana. Busqué allí mi teléfono celular, pero no lo encontré. Salí caminando despacio fuera de la habitación, y encontré que toda la casa era de otra época, no había refrigerador y todos los muebles eran hechos a mano. Aquello no se detuvo al cruzar la puerta; todo el barrio parecía tratarse de un pueblo medieval.

Las casas se veían tan antiguas como aquella en la que desperté, y había hombres trabajando por todas partes. Estaban armando estructuras de madera con martillos y sierras de mano; no vi a nadie usar ni una sola herramienta eléctrica.

Me acerqué a uno de ellos y le pregunté en dónde me encontraba, pero al darse la vuelta me eché hacia atrás. Su rostro estaba desfigurado. El lado izquierdo no estaba en línea con el otro: su oreja, su ojo, su ceja…, todo estaba varios centímetros debajo de su homólogo derecho. Aquello no parecía haber sido causado por un accidente, parecía más bien una deformidad de nacimiento.

No tuve tiempo para decir nada cuando otro sujeto se acercó y también me sorprendió por su aspecto. Tenía una mandíbula prominente, escasos dientes, y su nariz era larga y puntiaguda.

Sospeché que aquello podía ser producto de mi imaginación, pues me sentía mareado y dolorido, entonces alguien tocó mi espalda con tal suavidad que me calmó al instante. Era una hermosa joven de cabellos rojizos, adornados con pequeñas margaritas. Llevaba un vestido blanco y unas sandalias. Tenía el rostro pecoso, ojos grandes y verdes, y me regaló una sonrisa de esas que ya no se ven en el mundo citadino.

―Me alegra que despertaras ―me dijo―. Tuviste un accidente con tu automóvil. Estuviste inconsciente durante dos días; mi familia y yo te hemos estado cuidando. Mi nombre es Elvira.

Elvira me ayudó a regresar a su hogar y volví a acostarme. Luego se sentó a mi lado y me contó que vivían en una comunidad que se mantenía apartada de la tecnología moderna, y que era la primera vez que hablaba con alguien del mundo exterior.

Apoyó su mano en la mía y volvió a sonreír de un modo puro. Yo me perdí unos segundos en su mirada, pero de pronto sentí como si un cerdo me hubiese olido el cuello. Al darme la vuelta vi a otra joven muy diferente a Elvira; caminaba como un simio, tenía el rostro deforme, y en sus escasos cabellos, también rojizos, llevaba un moño blanco.

―Ella es Gigi ―dijo Elvira―, mi hermana gemela. Creo que le agradas.

Luego lanzó un trozo de pan al suelo y Gigi se lanzó sobre él.

El dolor en mi pierna volvió a atacarme, sentía como si me la estuvieran quemando, y pregunté si tenían calmantes y antibióticos. Elvira me explicó que me habían puesto hierbas silvestres que evitarían la infección, pero no tenía más calmantes para darme que un poco de hidromiel. Enseguida regresó con un vaso y yo le pregunté por mi teléfono celular y mi automóvil. Me contó que lo habían remolcado y un mecánico lo estaba reparando. Luego se retiró para ver si hallaba mi celular.

Me quedé acostado, sin nada que hacer más que mirar aquella habitación que parecía haber salido de un cuento clásico de brujas. Frente a mí había un escritorio de madera con velas y un tintero con pluma. A un lado vi un pequeño armario, también de madera. Pronto me di cuenta de que no estaba solo; Gigi seguía allí, en cuatro patas, con los ojos clavados en mí.

Yo no deseaba hacer contacto visual, pero ella no paraba de mirarme, y dije algo para cortar la tensión:

―Hola, Gigi. Gracias por cuidarme.

Ella solo hizo sonidos guturales y permaneció firme sin quitarme la vista de encima. Gigi también llevaba un vestido blanco como el de su hermana, pero éste estaba cubierto de tierra, al igual que sus manos y sus pies descalzos.

Elvira regresó y me presentó a sus padres. Tenían cabellos tan rojos como los de sus hijas, y las mismas pecas en el rostro. Su padre estrechó mi mano y me entregó mi teléfono diciendo que así estaba cuando lo encontraron. Tenía la pantalla rota y no encendía. Pronto se retiraron para continuar trabajando en la construcción del nuevo granero, y me dijeron que más tarde se acercaría el mecánico del pueblo para explicarme la situación de mi automóvil.

No tenía nada que hacer en esa habitación más que dormitar mientras la hidromiel hacía su efecto. Un rato después abrí los ojos y allí continuaba Gigi.

―¿Qué edad tienes? ―le pregunté.

Ella solo respondió con rugidos.

Luego se acercó a mí, y comenzó a tocarme las orejas, la nariz y los labios mientras respiraba afanosamente.

Yo estaba aterrado, no quería empujarla, pero tampoco deseaba tenerla encima de mí. Le pedí entonces que me pasara mi bolso y enseguida busqué algo para darle y mantenerla entretenida, entonces vi el regalo que había comprado para mi sobrino. Era tarde para ir a su cumpleaños, así que decidí darle a ella la pequeña motocicleta; probablemente aquel sería el primer juguete que tuvo en su vida.

Al darle la caja abrió sus ojos verdes, parecidos a los de su hermana, solo que uno era más pequeño que el otro. La joven no sabía siquiera que debía romper el papel para ver lo que había dentro, y debí abrirlo para ella.

Comenzó a reír mientras la saliva le caía por la comisura de sus labios torcidos.

―Es una motocicleta ―le dije―. Era un regalo para mi sobrino, pero ahora es tuya. Luego compraré otra para él.

Apoyó la moto en el suelo y no supo qué más hacer. Entonces moví mi mano para que me imitara.

―Brumm, brumm ―le dije―. Muévela así.

Pronto me imitó y comenzó a jugar con ella mientras sus luces encendían y apagaban, y yo pude seguir durmiendo.

Al despertar no había nadie en la habitación, grité el nombre de Elvira, pero no apareció, esperé un rato hasta que decidí salir de allí. Tampoco había gente en la cocina, y al salir de la casa vi que estaba por oscurecer.

Caminé hasta la siguiente edificación donde encontré mi vehículo. Se notaba que nadie había estado trabajando en él, ni siquiera habían quitado la rueda que estaba doblada hacia adentro a causa del choque.

Estaba comenzando a planear una huida, pero alguien me golpeó en la cabeza.

Volví a despertar en la cama de antes, solo que esa vez estaba amarrado a ella. El lugar estaba iluminado por múltiples velas, y de pie frente a mi había una mujer con una túnica blanca que llevaba en el rostro un cráneo de una cabra con largos cuernos. Pronto se lo quitó y no era otra que la bella Elvira.

Yo aún estaba dolorido y apenas consciente de lo que ocurría, pero pude ver que dejó caer al suelo la túnica quedando desnuda. Tenía senos firmes, cintura estrecha y anchas caderas. Habría sido maravilloso pasar la noche con ella, pero su actitud no era la misma que cuando la conocí. Su sonrisa era maligna, y tomó un recipiente en el que introdujo sus dedos. Luego se pintó símbolos con sangre en el rostro y en los senos, mientras me contaba lo que haría conmigo:

―Voy a usarte esta noche ―me dijo―. Soy la indicada para ser la madre del elegido. Tu no serás más que un instrumento; esta misma noche te sacrificaremos para que el padre de la criatura sea mi amo y señor.

Intenté soltarme, pero estaba bien amarrado. Grité, pero fue en vano, estaba a su merced.

Yo seguía mareado por el golpe en la cabeza, y mientras Elvira se movía sobre mí tuve terribles visiones. En ellas vi rostros deformados, vi bestias con cuernos caminando en dos patas como si fueran humanos, vi infiernos en llamas repletos de almas suplicantes y hasta vi a Gigi asomándose tras la puerta, espiándonos mientras su hermana jadeaba fuera de sí.

Elvira obtuvo lo que deseaba y volvió a ponerse su túnica blanca. Yo sabía que tenía poco tiempo, era de noche, y estaba claro que pronto me irían a buscar para llevarme a la ceremonia en la que yo sería sacrificado. No tenía modo de escapar, estaba inmovilizado, pero entonces Gigi regresó.

―Ayúdame, Gigi ―le dije―; por favor. Tienes que sacarme de aquí. Soy tu amigo, te regalé la motocicleta. Brumm brumm, ¿recuerdas?

La joven se acercó y otra vez me olió como un animal por un instante y luego me desató.

Me puse de pie y al intentar vestirme sentí que me estaban arrancando la piel de la pierna. Tuve que quitarme la venda para ver mi herida. Al hacerlo vi que estaba abierta y cubierta de gusanos.

Gigi me hizo un gesto para que la siguiera. No tenía tiempo para hacer nada con mi pierna en ese momento así que solo la vendé otra vez.

Salimos de la casa y a lo lejos había una fogata con unas treinta personas vestidas con túnicas negras. Solo Elvira vestía de blanco.

Con Gigi nos alejamos sin hacer ruido, y me guio hacia un galpón detrás de su casa. No había luces más que la de la luna, y dentro del galpón todo era penumbras. Entonces ella apuntó a un objeto que no logré distinguir.

En ese momento oímos gritos a los lejos; me habían descubierto.

Gigi desapareció en la oscuridad y quedé a solas. Me dirigí entonces al objeto que ella me había señalado y vi que estaba cubierto por una manta; debajo de ésta hallé una motocicleta. Era similar a la de juguete, pero real; una Axl Jokerson llena de tierra que tenía las llaves puestas. Me subí, cerré los ojos y pedí al cielo que arrancase, y enseguida lo hizo.

Hui de aquel pueblo maldito mientras escuchaba que corrían detrás de mí, pero pronto me alejé de ellos y atravesé un bosque que me sacó a un camino de tierra entre medio de dos plantaciones de maíz.

Conduje sin parar durante kilómetros, deseando que el sol se asomara por el horizonte.

Ahora solo pienso en recuperarme para poder ir a enfrentarlos; no puedo permitir que críen a un niño en un sitio como ese. Espero no haber sido solo un instrumento aquella noche, y que el padre de la criatura no sea en realidad ese al que Elvira llama “su amo y señor”.


2 comentarios:

  1. Hola, Federico, un relato atrapante, y siniestro como el que más, caray ya me estaba hasta dando taquicardia la lectura, se lee con rapidez y avidez, supongo que la trama invita a eso.
    Un buen relato marca de la casa, me ha gustado sentir esa agonía amigo. Un abrazo

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Gracias por el comentario, Harolina!
      Me alegro de haberte causado taquicardia con mi cuento.
      Un abrazo de mi parte y otro de parte de Gigi.

      Borrar

GRACIAS POR COMENTAR Y POR COMPARTIR.