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CAPÍTULO 13
Oscar necesitaba hablar con alguien de confianza acerca del libro; una persona que no solo le creyera sino que además comprendiera los motivos de sus excursiones al pasado.
De nuevo en la pequeña habitación, decidió emprender otro viaje; el noveno. Aquel recuerdo le costaría nada menos que mil veinticuatro días del presente, pero él prefirió no hacer la cuenta:
―No tengo a nadie con quien hablar acerca del libro, y el viejo Ulises se ha vuelto loco quién sabe desde cuándo. Mi mejor amigo murió hace mucho tiempo y necesito hablar con él. Deseo viajar a una de esas tardes de verano en nuestra juventud, cuando pasábamos horas juntos. Recuerdo una vez en la que…
Las hojas del libro comenzaron a moverse mientras terminaba de decir la frase, y en un instante Oscar despertó de una siesta en un sillón en la habitación de Diego:
―¡Te quedaste dormido! ―dijo Diego― Mirá lo que traje…
Su amigo, que había vuelto a ser un muchacho, le mostró un porro.
―Me lo dio mi primo. El otro día me convidó una pitada y me dijo que me iba a regalar uno entero.
―No lo puedo creer… ―dijo Oscar―; hace como diez años que no fumo uno.
―¿Qué decís? ―rio Diego― ¿Cuándo comenzaste a fumar?, ¿a los cinco?
―Me refiero a que no fumo hace mucho.
―Pero ayer me dijiste que nunca habías probado marihuana, ¿o estabas tan fumado que te olvidaste?
Diego encendió el cigarrillo y se sentó en el sillón al lado de su amigo. Comenzaron a fumar, pasándose el porro uno al otro, hasta que el dormitorio se llenó de humo blanco.
Poco después Oscar miró a su amigo. Girar la cabeza hacia él le tomo el triple de lo normal. Su mirada, además, tardaba en acomodarse a lo que observaba, reteniendo por unos segundos la vista anterior.
Los ojos de Diego eran una delgada línea roja, y su sonrisa parecía almacenar la paz del mundo.
―Tengo que contarte algo ―dijo Oscar―. Yo no soy yo. Este yo que está acá sentado no es el yo que conocías.
Diego se tomó unos segundos para contestar:
―Es cierto, hermano… Yo tampoco soy el mismo que era recién. Todo el tiempo estamos cambiando.
―Me refiero a que viajé; con un libro.
―No me vengas con esas charlas sobre la lectura y cómo nos permite viajar con la imaginación; no me gusta leer tanto como a vos.
―No, yo viaje de verdad; al pasado, a hoy. Vengo del futuro, de tu futuro. Cuando tenga cuarenta y cinco años voy a estar viviendo en un departamento, y en una habitación oculta voy a encontrar un libro que te hace viajar para revivir los momentos más importantes de tu vida.
―Oh… Impresionante. ¿Y en dónde está ese libro ahora?
―No lo tengo ahora. Lo voy a tener a los cuarenta y cinco años.
―Bueno, prestámelo cuando lo tengas.
A Diego solo le quedaban diez años de vida, y a Oscar se le llenaron los ojos de lágrimas en ese momento.
―Sí, amigo; claro que te lo voy a prestar.
―Si venís del futuro…, ¿eso significa que sabés todo lo que va a pasar?
―Sí, pero el asunto es que solo puedo cambiar algunos detalles.
―Igual yo no cambiaría nada en tu lugar. Hiciste lo mejor que pudiste en su momento, y no hay forma de saber qué habría sucedido si hubieses hecho algo diferente. Y nadie lo sabe, pero quizás algunas cosas sean inevitables.
En ese momento se escuchó el ruido de un automóvil; los padres de Diego habían llegado.
―¡Mis viejos! ¡Rápido! Abramos las ventanas.
Mientras Diego abría con desesperación las ventanas del lugar, Oscar le apoyó la mano en la espalda:
―Cuidate mucho, amigo.
Se retiró y se fue a su casa. En aquella época vivía con su madre, y su hogar era un velatorio eterno. Se acostó temprano, ya comenzaba a dejar de tener ganas de vivir incluso sus recuerdos.
Despertó en el departamento en el que llevaba viviendo ocho años. El lugar estaba sucio; peor que nunca. No tenía importancia, pues jamás recibía visitas; su cuerpo actuando como en piloto automático durante sus viajes no hacía amigos ni salía con mujeres.
Sabía que un nuevo viaje al pasado le costaría dos mil cuarenta y ocho días: más de cinco años. Pero para ese entonces él se sentía como una grulla de papel que se deja llevar por un río sin poder controlar su rumbo.
―Despertaré con cincuenta y seis años –le dijo al libro–. No me interesa. Es más, me alegra que sea así. Ya soy un hombre grande, mi vida no mejorará mucho en esta década y prefiero evitar vivir un fracaso tras otro. Deseo revivir aquel momento de gloria cuando todavía era feliz.
El hombre de cinco décadas tenía un rostro cansado, parecía mayor de lo que era.
―Quiero volver a jugar esa final de fútbol.
Cualquier persona le habría dicho que se detuviera, que no valía la pena perder años a cambio de un día. Pero se trataba de un libro, y éste le devolvía siempre la misma respuesta:
«¡Oscar!, ¡levantate!»
De nuevo ese grito familiar lo despertaba. De nuevo, sus figuras de acción lo miraban en silencio. He-Man, el Encantador de pájaros, Nenddir el sabio, los hermanos Makilí…; todos sus héroes y villanos favoritos lo estaban esperando.
Se paró frente al espejo y olvidó el rostro triste que había visto reflejado hacía unos minutos; había vuelto a ser un pequeño niño de grandes sueños.
Bajó corriendo por las escaleras y se sentó a la mesa redonda frente a su padre. El hombre estaba fumando aquel cigarrillo eterno, y tomaba un café de un negro abismal. Dobló un instante el diario de noticias viejas para saludar a su hijo mientras su grueso bigote le tapaba la sonrisa.
Oscar se sirvió un plato lleno de cereales con leche y comenzó a devorarlo a grandes cucharadas. Miraba a su padre esperando a que éste le dijera algo, y así fue:
―¡Tranquilo! ―dijo su padre―, ¡te vas a ahogar!
El pequeño Oscar casi se ahogó, pero de risa.
―Te levantaste con ganas ―dijo su madre―. Estoy segura de que hoy van a ganar. Entrenaste duro y es como siempre digo…
―Sí, ya sé ―dijo Oscar― “Si te esforzás y hacés las cosas bien, podrás lograr todo lo que quieras”.
Contempló la sonrisa pura de su madre, y se levantó para abrazarla con fuerza, luego volvió a la mesa y abrazó a su padre, haciendo que se le cayera el cigarrillo justo en el café.
Mientras viajaban al estadio, Oscar se dio cuenta de que no quería jugar aquella final, él ya la había ganado una vez y para siempre, y pensó en hacer algo diferente aquella vez.
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Oscar debería seguir el consejo de su amigo Diego, pero su obsesión por volver a revivir momentos del pasado le puede más. Pero esta vez parece que ocurrirá algo especial. Esperemos que sea bueno. Leí que le decías a otro lector que el final estaba ya muy cerca. Seguro que nos sorprendes.
ResponderBorrarUn abrazo.
Así es, ya solo queda un capítulo. Espero sorprenderte.
BorrarGracias por el comentario, Josep.
Abrazo!
Me parece que en esta ocasión Oscar se ha dado cuenta de lo que en realidad ha hecho de su vida y ya no tiene ganas de luchar ni intentar otra cosa que no sea sentirse feliz y ganador y al parecer solo se sintió así una vez en su vida.
ResponderBorrarPero algo me dice que las palabras de su amigo Diego, esta vez le han dado la clave para actuar de forma que le de un giro a los acontecimientos de ese día en el estadio y al futuro, creo que esta vez dejara de ser héroe para saber que otra posibilidad existiría para que el resultado de ese día, igual se hiciera realidad, o si existe la remota posibilidad de que las cosas fueran diferentes y no lo hubieran marcado como lo hizo este acontecimiento en su vida.
Federico por como van las cosas, creo que nuestro amigo Oscar en realidad no fue un héroe, creo que al encontrar el libro años después supo que podía borrar esa mancha de su pasado y cambiar algunas cosas, y como sabia de memoria ese juego (que se perdió de seguro por su culpa) hizo un viaje en el tiempo para cambiarlo, al menos eso me dejan ver las palabras de Diego, cuando le dice "Hiciste lo mejor que pudiste", y por eso su vida ha sido un asco, la vida de un gran perdedor, que carga todo ese peso en su consciencia.
Bueno es solo una idea que me ha venido a la mente después de las palabras de Diego, ya veremos que desenlace tiene esta intrigante historia.
Muy interesante tu idea, Harolina. Se podría hacer toda una historia sobre un caso así.
BorrarTe agradezco la atenta lectura y los comentarios tan reflexivos.
Nos vemos en el desenlace :)
Oscar... Que podría decirle, sino que lo que hace es lo que todos hacemos, lo incorrecto que creemos correcto jajajaj por mas que nos dicen "no lo hagas", es como la psicología inversa allá vamos a hacerlo jajajaja creo que todos tenemos algo de Oscar, en el que sabemos que no tiene sentido ni coherencia lo que hacemos pero por alguna razón esa parte irracional se activa complicando hacer caso a la racional.
ResponderBorrarEsperemos que cuando su parte racional gane, no sea demasiado tarde, porque desgraciadamente siempre que hacemos las cosas usando la parte irracional nos damos cuenta cuando el daño ya es bastante y a veces es imposible corregirlo, no nos queda mas que seguir con esas marcas que deja el pasado y la experiencia de intentar no hacer caso a tu parte irracional jajajaja
Esperemos que le espera en el último capítuloa Oscar, ahora que quiere hacer algo diferente en la esa final, veremos si logra desafiar el pasado y cambiar su futuro como Back to the future con Michael J. Fox que siempre será una de mis favoritas.
Saludos y nos leemos pronto, bonito inicio de semana.
tere
Tienes mucha razón en lo que dices, Tere; una gran reflexión.
BorrarTambién me encanta esa película :)
Espero leerte pronto y que sigas haciéndole caso a tu parte racional.
Me ha cautivado este capítulo. La densa y embriagadora atmósfera de humo, en la que revela el secreto del libro a su amigo, se suspende en el aire de manera onírica. La desesperación de Oscar, casi una rendición ante la vida malgastada.
ResponderBorrarY el instante en el que regresa de nuevo a su infancia, un último intento por recobrar la esperanza perdida.
Magnífico, Federico.
¡Abrazo, amigo!
Me alegro de que te haya cautivado. Espero que sea cierto, y no sea el humo el que te haya hecho escribir eso.
BorrarGracias por la atenta lectura y el comentario, amigo de las letras.
¡Abrazo, Edgar!